Columna publicada el 15.11.19 en La Segunda.

“Desde afuera de la cocina se huele acuerdo, aunque cientos de miles de chilenos se han movilizado contra estas prácticas. Cualquier mecanismo que salga de ella debe ser plebiscitado junto con la AC que reclama el pueblo”. Así, con la sutileza acostumbrada, describía Fernando Atria las tratativas, pocas horas antes de que se fraguara el “Acuerdo por la paz social y la nueva Constitución”. Lo primero que cabría preguntarse es a qué o quiénes se refería con “el pueblo”, como si éste fuera uno solo, unívoco o uniforme; cual si él hubiera sido ungido como su vocero (¿por plebiscito o asamblea?).

Nada de esto es trivial. Es una ilusión creer que podría arribarse a una nueva Carta Fundamental sin dirigentes, partidos, mediaciones ni articulaciones políticas. En rigor, no hay cambio constitucional sin aquello que Atria calificó como la cocina. Hoy pareciera ser popular asumir lo contrario, y ciertamente los parlamentarios han hecho méritos para perder su credibilidad. Pero –guste o no– la política resulta indispensable. El mejor ejemplo es lo ocurrido ayer en la noche y el proceso que se desencadenará en los meses que siguen.

En efecto, la hoja de ruta fijada para el proceso constituyente es fruto de acuerdos políticos, propiciado por diputados y senadores de casi todos los sectores (el PC fue una triste excepción); de aquellos sectores dispuestos a ceder más o menos según el caso, pero que cedieron al fin y al cabo. Asimismo, la discusión sobre los detalles del itinerario será de naturaleza política. Los candidatos a delegado constituyente disputarán sobre visiones políticas. Y así, suma y sigue. Acá no existen ni la neutralidad ni la pureza propia de los líricos, ni tampoco ausencia de intereses.

En términos simples: no es casual que existan partidos, políticos y parlamentos. El pueblo no tiene una sola voz, sino múltiples demandas que por momentos parecieran ser irreconciliables entre sí; basta notar la cantidad y diversidad de peticiones que han asomado en el estallido social. Por lo mismo, no hay atajos ni reemplazos para la deliberación racional, y el proceso constituyente no será la excepción. El camino que estamos empezando no estará exento ni de las grandezas ni de las miserias propias de la política. Y como decía Raymon Aron, en política no existen los confidentes de la providencia.