El actual Gobierno ofrece un espléndido manual de aquello que no debe hacerse. El rechazo al Gobierno, por ejemplo, puede servir para sumar votos, pero no constituye un proyecto.
.png&w=1200&q=75)
Hace cuatro años, Gabriel Boric fue elegido Presidente de la República. En su campaña de segunda vuelta, el entonces diputado se esforzó por encarnar un sentimiento en contra más que una adhesión real. La idea era simple: todo vale a la hora de evitar el triunfo de la “ultraderecha” (y el fin de Occidente). En aquellos tiempos —bien vale recordarlo—, el miedo a Kast era un poderoso movilizador político. Boric logró convocar un millón de nuevos votantes, con voto voluntario, y se erigió en el antídoto contra el peligro fascista. Aníbal estaba ad portas, pero Gabriel fue nuestra tabla de salvación.
Es imposible comprender la elección de hoy sin atender el tono que dominaba el ambiente en 2021. Pasados cuatro años, el primer elemento que llama la atención es el fracaso —en toda la línea— del propósito principal de Gabriel Boric. Durante su administración, esa derecha tan peligrosa solo ha crecido, y el propio mandatario ha sido el agente primordial del fenómeno. Marx decía que los hombres hacen la historia, aunque no saben la historia que hacen; y la frase aplica a la perfección: hoy la derecha dura es más fuerte que nunca. Algo no funcionó. La verdad última de la administración Boric, su función histórica, ha sido esta: facilitar el crecimiento de las derechas, en cualquiera de sus versiones. Si la izquierda aspira a salir del atolladero, debe reflexionar profundamente sobre su responsabilidad en el proceso. No es casual que, de cumplirse los pronósticos, Boric vaya a terminar su gobierno dejando a su sector en el punto más bajo de su historia reciente. Su liderazgo futuro se juega en su capacidad de ofrecer una respuesta a la altura del descalabro.
El hecho que intento describir se puede apreciar claramente en la estrategia seguida por Jeannette Jara. La candidata ha tomado distancia tanto de la administración como de la persona del Presidente. La decisión es curiosa, pues su postulación fue construida desde su posición de ministra. Si se quiere, esta simple pregunta revela todas las dificultades de la izquierda: ¿por qué la candidata oficialista se niega a ser oficialista? ¿Por qué la aspirante del Gobierno no se reconoce en el Gobierno? El motivo es elemental: no es posible lidiar con la derecha desde esa plataforma. Es cierto que el Gobierno conserva un apoyo respetable, pero hoy parece ser más significativo el rechazo que produce. Identificarse con el Gobierno fortalece a las derechas: esa es la verdad que nadie quiere confesar. Si legado hay, es inservible desde la perspectiva electoral. Es kriptonita pura. Así, mientras los ministros se esmeran por defender los logros del Gobierno, la candidata (y exministra) no está dispuesta a conceder casi nada.
El fracaso del Gobierno empezó a fraguarse el 2021, y por eso es necesario retroceder hasta esa fecha. Al presentarse como el perfecto anti-Kast durante la campaña, el mandatario quedó en un lugar precario: es imposible gobernar desde la mera negatividad. El mandatario mostró talento para captar ciertos temores, y transformarlos en votos, pero luego no supo traducir todo eso en política. De hecho, después de su triunfo se encerró en una lógica maximalista: se rodeó de cercanos, respaldó la teoría de los anillos concéntricos y ató su destino al de la Convención. El antikastismo nunca fue un auténtico programa, y por eso la ficha funciona una sola vez: la izquierda ya no puede jugar la misma carta.
Con todo, lo más relevante guarda relación con las derechas. En efecto, el actual gobierno ofrece un espléndido manual de aquello que no debe hacerse. El rechazo al Gobierno, por ejemplo, puede servir para sumar votos, pero no constituye un proyecto. La insistencia de Kast en ser la antítesis de la administración actual puede terminar en un fracaso análogo si no va acompañada de una propuesta constructiva que los chilenos apoyen, más allá de su opinión sobre Gabriel Boric. La tentación es fuerte de quedarse en ese registro —es innegable que renta, y mucho—, pero el horizonte no puede reducirse a la elección.
Por otro lado, la dificultad que tuvo Boric para construir una coalición (que hasta hoy no tiene nombre) es otra enseñanza importante. Ya que la elección es, en muchos sentidos, una primaria intraderechas, es urgente ir más allá de la configuración actual: ningún grupo de derecha podrá gobernar por sí solo, y el maximalismo será un mal consejero. Por último, es indispensable conectar con las urgencias de los chilenos —seguridad, migración, empleo—, pero toda promesa debe transmitir también las dificultades involucradas. Hace ya demasiado tiempo que la política chilena es una máquina de frustraciones, y no tiene ningún sentido seguir alimentando esa dinámica en función de un resultado electoral tan frágil como fugaz.
Hace cuatro años, Gabriel Boric fue elegido Presidente de la República con amplio margen. Hace cuatro años, los chilenos depositaron sus esperanzas en él, para decepcionarse rápidamente. Comprender la naturaleza y los motivos de esa decepción constituye el principal desafío de los candidatos que hoy pasen al balotaje: si se repiten los errores del 2021, se repetirá también la secuencia posterior. Las mismas causas producen, necesariamente, los mismos efectos.



.png&w=3840&q=75)
.png&w=3840&q=75)
%20(1).png&w=3840&q=75)
.png&w=3840&q=75)
.png&w=3840&q=75)
%20(2).png&w=3840&q=75)
.png&w=3840&q=75)
.png&w=3840&q=75)
%20(1).png&w=3840&q=75)
.png&w=3840&q=75)
.png&w=3840&q=75)
.png&w=3840&q=75)
