Opinión
Entender a Parisi exige entender el estallido social

Parisi es, en buena medida, el estallido social, y el estallido social, en buena medida, es Parisi. El estallido es la llave de ese desfile salvaje de autos tuneados, barcos cárcel, la abuela y el abuelo, municipios militarizados, y viejas enchuladas. Hay que mirarlo de cerca para escuchar, entre todo el ruido, la voz de un país de clase media y valores democráticos que, por muchas razones, aplaudió primero el fuego.

Entender a Parisi exige entender el estallido social

La historiografía se inicia con Heródoto y Tucídides. El primero escribe sus Historias para recordarles a los atenienses aquello que los había hecho grandes durante las Guerras Persas, y advertirles contra el orgullo y la ambición desmesurados, que los podía llevar a la perdición. Desear más de lo que está permitido a los humanos despierta la furia de los dioses. Tucídides, por su parte, analiza sin piedad la Guerra del Peloponeso, hija de la desmesura imperial de Atenas, para empujar la misma lección: hay que tener cuidado con los triunfos, pues pueden enceguecer, y conducir a derrotas muchísimo más severas.

Esto es especialmente cierto en las apuestas revolucionarias y contrarrevolucionarias. La política del asalto al cielo, así como la de la restauración, llevan fácilmente a rincones ni imaginados ni deseados. Los excesos en el plano de la ambición abren escenarios que muchas veces terminan exactamente en lo contrario a lo perseguido. Miremos, sino, al Frente Amplio, que hace tan poco tiempo declaraba un estándar ético superior mientras se sobaba las manos pensando que tendrían una Constitución escrita a su pinta. Ahora le acaban de legar a la izquierda chilena su peor derrota electoral en 70 años.

Pero ojo, que en el mundo de la reacción las historias son parecidas. Juan Luis Ossa nos recuerda en su libro recién publicado en castellano, “Ejércitos, política y revolución”, que tanto Mariano Osorio como Francisco Marcó del Pont fueron bien recibidos por la ciudad de Santiago cuando arribaron a hacerse cargo de la tumultuosa provincia imperial que era Chile. Sin embargo, la obsesión restauradora de ambos, que les negaba a los chilenos los humildes progresos políticos conquistados mientras Fernando VII estaba en cautiverio, terminó por sellar su destino, granjeándoles el odio de los locales, y definir el de la revolución chilena. La reacción destemplada no sólo es contraproducente, sino que define la causa del enemigo, muchas veces disperso y desconcentrado. Los chilenos se convencieron de que eran republicanos al verse atacados por agentes absolutistas.

La represión, como le tocó aprender a Sebastián Piñera el 4A y el 18O, así como la restauración, como el Ministro Metternich y Henry Kissinger tenían muy claro, son negocios muy delicados y peligrosos. Verdaderos laberintos de espejos que hay que recorrer con enorme prudencia, tacto y pragmatismo.

El Emperador Juliano (“el apóstata”), por ejemplo, en su intento por revivir el paganismo no dudó en copiar todo lo que había de popular en el cristianismo de su época. Entendía, en algún sentido, que el paganismo real, defendido a muerte hasta la Tetrarquía, había muerto para siempre. Una lección de este ejemplo es que hay que conocer y entender muy bien al adversario para poder enfrentarlo. Y que también hay que dejarse transformar por la verdad que uno pueda encontrar en él. Por lo mismo, la derecha que no entiende a la izquierda, ni a los votantes de izquierda, que la desprecia tal como el Frente Amplio desprecia y ningunea a sus adversarios, y que mezcla todo con todo al momento de observarla, está destinada al fracaso.

El primer desafío, en ese sentido, es entender el estallido social. No puede ser que el próximo Presidente de Chile y quienes lo rodean crean que pueden resumir lo ocurrido repitiendo “estallido criminal”. Es indudable, es evidente y obvio, que existió violencia, vandalismo, destrucción y pillaje. Y que la oposición de la (cercana) época fue miserable. Pero esa no es toda la historia, y es fundamental entender el resto de la historia. Parisi es, en buena medida, el estallido social, y el estallido social, en buena medida, es Parisi. El estallido es la llave de ese desfile salvaje de autos tuneados, barcos cárcel, la abuela y el abuelo, municipios militarizados, y viejas enchuladas. Hay que mirarlo de cerca para escuchar, entre todo el ruido, la voz de un país de clase media y valores democráticos que, por muchas razones, aplaudió primero el fuego. Y luego se quemó, y lo temió. No puede despreciarse ni desalojarse por completo esa experiencia, porque el futuro de Chile está definido por ella: nadie ha renunciado al deseo muchas veces confuso y contradictorio de una dignidad clasemediera, sino que se le está buscando por otros medios. Y Kast, y quienes lo acompañen a gobernar, deben saber encarnar esos medios.

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