Columna publicada el 29.01.19 en La Segunda.

¿Qué lecciones podemos sacar de la dramática crisis que azota al país caribeño?

En primer lugar, ella nos recuerda las bondades de la cuestionada democracia representativa. Desde luego, no se trata de negar las dificultades objetivas de este régimen (el llamado momento populista no surge de la nada); pero basta observar someramente lo que ocurre en Venezuela para advertir el valor de una república democrática en forma. Olvidamos con mucha facilidad que la separación de poderes, los tribunales independientes y otros principios e instituciones semejantes son bienes dignos de ser protegidos.

En la misma línea, el trance venezolano también pone sobre la mesa las virtudes de nuestra tanto o más cuestionada transición a la democracia. En tiempos en que los discursos líricos y abstractos están a la orden del día, conviene tener presente cuán frágil y exitoso, al menos en términos comparativos, fue el proceso que Chile vivió a partir del año 88 en adelante. Tampoco se trata de negar las tensiones o puntos ciegos de ese período, sino más bien de juzgarlo con un mínimo de justicia, en base a las circunstancias que efectivamente lo caracterizaron y no a un inexistente mundo idílico. Miles, tal vez millones de venezolanos firmarían a ojos cerrados un itinerario equivalente.

Considerando el desprecio del Frente Amplio y el PC por esa trayectoria, quizá no debiera sorprendernos su triste ambigüedad ante el propósito de Juan Guaidó y la Asamblea Nacional de llamar a elecciones libres e impulsar una transición democrática. De todos modos, el doble estándar de la nueva izquierda es manifiesto, y ese es otro de los aprendizajes que lega esta coyuntura. A la hora de calificar ciertos liderazgos que les desagradan –más o menos problemáticos según el caso, pero muy lejos de Maduro–, los “facisimos”, “autoritarismos” y otros “ismos” similares son la tónica. Al hablar de Venezuela, en cambio, los “puede que nos guste o no” y la “autodeterminación de los pueblos” son la consigna dominante.

Esas y otras evasivas sencillamente no sirven: el escenario que hoy enfrenta Venezuela no admite medias tintas. El ultimátum de Alemania, Francia, España y varios otros países dista de ser fortuito. Vivimos uno de esos instantes que reflejan la dimensión trágica de la condición humana y, por tanto, de la vida política. En rigor, estamos ante esos hitos que ayudan a comprender por qué los medievales discutieron tan agudamente sobre la legitimidad, requisitos y posibles consecuencias del derecho a rebelión. En momentos así,  resulta fundamental adoptar una decisión y una postura política inequívoca: o se está con Maduro o se está con el reprimido pueblo venezolano. Cualquier matiz es posterior, mal que le pese a la nueva izquierda.