Columna publicada el miércoles 3 de abril de 2024 por El Líbero.

La última Radiografía Digital de niños, niñas y adolescentes realizada por Criteria para ClaroVTR muestra una realidad que debiera preocupar: los niños están obteniendo sus propios dispositivos móviles a partir de los 8 años, antes de lo que incluso sus padres consideran adecuado, esto es, a los 10 años. ¿Cuáles podrían ser las consecuencias de adelantar a ese nivel la introducción de los niños al mundo digital?

El psicólogo social norteamericano Jonathan Haidt, en su libro recién publicado La Generación Ansiosa. Cómo el gran recableado de la infancia está provocando una epidemia de enfermedades mentales, analiza el cambio de una “infancia basada en el juego” a una “infancia basada en el teléfono”. En ese tránsito destaca el declive del juego al aire libre -crucial para el desarrollo emocional y cognitivo de los niños- y el aumento del uso de smartphones entre los adolescentes a partir de 2010, como dos caras de una misma moneda. La transformación de las formas de vida es evidente: de relaciones en general cara a cara en un contexto lúdico se pasa a una cotidianidad mediada digitalmente, en la que se accede a redes sociales y datos móviles ilimitados. Según Haidt, esto habría producido lo que él denomina como “Gran reajuste de la infancia”, periodo en el que no supimos -por desconocimiento de los impactos nocivos- cómo proteger a los niños y adolescentes de las compañías tecnológicas que diseñaron productos adictivos. Se completa así el panorama observado por Haidt: si en su anterior libro The Coddling of the American Mind describió a los padres de hoy por ser sobreprotectores, en este libro muestra el paralelo de una subprotección en el mundo digital.

En Chile, la discusión sobre el uso de dispositivos móviles volvió a instalarse este verano, sumándose a nuestro abultado listado de problemas en la formación escolar.

Las preocupaciones no se circunscriben a su impacto en el ámbito académico -el informe PISA publicado en diciembre 2023 vino a constatar lo que muchos intuíamos: que el uso de celulares en clases puede afectar gravemente el aprendizaje–, sino que también el efecto que tienen estos aparatos al interior del hogar.

Aunque uno podría suponer que la mayoría concuerde en que dar un celular a una edad cada vez menor puede exponer a los niños a contenidos inapropiados y riesgos de ciberacoso, las estadísticas muestran una tendencia positiva hacia una adquisición cada vez más temprana de dispositivos propios. ¿Qué puede explicar esta suerte de paradoja? No cabe duda de que la grave crisis de seguridad que afecta al país puede llevar a muchos padres a preferir que sus hijos estén dentro de la casa antes de exponerlos a la violencia o el narcotráfico presentes en algunos barrios; o bien, que cuenten con algún medio de comunicación en caso de peligro. Pero nada de eso niega el hecho de que tener un dispositivo móvil con acceso a internet a partir de los 8 años vulnera igualmente la seguridad del menor. De hecho, según la Radiografía Digital, el 26% de los encuestados admitió haber sufrido ciberacoso en los últimos dos meses. Por lo demás, también puede tener que ver con la tensión entre las aspiraciones respecto de la crianza que queremos y el modo efectivo de ponerla en práctica: negar lo que un niño pide es, pocos lo desconocerán, más difícil de hacer para las generaciones nuevas. Varios estudios como el de Kathya Araujo, Autoridad como tarea actual, así lo sugieren.

El debate sobre el impacto de la tecnología en la salud mental de los niños y adolescentes es complejo, pero requiere tomas de posición y medidas concretas que contengan sus riesgos. A diferencia de sus restantes obras, de una perspectiva algo más teórica, en La Generación Ansiosa, Haidt escribe procurando levantar un genuino movimiento social, orientado justamente a ese objetivo. No basta con que una familia se aísle de la tecnología o que una escuela promueva actividades al aire libre. Se necesita una respuesta coordinada que involucre a padres, educadores, amigos y familiares. Medidas como dar más tiempo para jugar con otros niños, retrasar la introducción de smartphones y la apertura de cuentas en redes sociales, y apoyar políticas de verificación de edad en internet, pueden ayudar a proteger el desarrollo de los jóvenes.

No se trata de aislarlos de la tecnología (pretensión por lo demás imposible) sino de ser conscientes de sus riesgos, así como de las experiencias que empobrecen o debilitan. Finalmente, Haidt quiere también proteger algo irreemplazable: el encuentro real de unos con otros en el marco de un juego en el que, en último término, estamos aprendiendo a vivir juntos.