Columna publicada el viernes 22 de marzo de 2024 por El País Chile.

Esta semana se rompió el acuerdo administrativo que había en el Senado chileno para elegir al presidente de la corporación. El empate existente entre gobierno y oposición se zanjó en favor de esta última, la cual, con el apoyo de dos exdemócratacristianos logró instalar a uno de los suyos a la cabeza de la Cámara Alta.

La periodista Mirna Schindler lo calificó como “el peor revés desde el retorno a la democracia”. Algunos senadores fueron menos académicos para describir la movida. El senador oficialista Pedro Araya –derrotado en esta elección– lo calificó como una “mexicana”, el nombre que se da a las quitadas de droga entre bandas rivales en Chile.

La pelea en el barro político de esta semana debiera encender las alarmas sobre varios problemas que se arrastran hace tiempo. Lo primero que salta a la vista es el desorden y la debilidad del bloque de gobierno, tanto en el Senado como en la Cámara de Diputados. La incapacidad permanente de los ministros para ordenar sus filas ha resultado no solo en este fiasco, sino también en que proyectos emblemáticos del Frente Amplio, como la reforma tributaria o previsional, hayan fracasado por falta de sus propios votos. En el caso actual, la demora del centroizquierdista Partido Por la Democracia para designar a su candidato a la testera terminó abriendo un espacio para la fractura. El gobierno, sobra decirlo, hizo poco o nada por reparar el problema. No todo es su culpa: se ha advertido de sobra que el cambio de sistema electoral generó coaliciones sumamente frágiles, con pocos incentivos para la disciplina interna, ni hablar de lealtades sostenidas en el tiempo.

El problema de los incentivos dista de ser menor: permite que legisladores inescrupulosos traicionen a sus bancadas para perseguir su conveniencia inmediata. Es probable que todo esto se haya acelerado con los sucesivos retiros de fondos previsionales: a los profundos efectos económicos que todavía se sufren en el país, se sumó una corrosión de las prácticas parlamentarias que sostenían una mínima decencia compartida en la tramitación legislativa. Muchos legisladores de derecha, salvo honrosas excepciones, se sumaron alegremente a estos proyectos (en particular, al segundo proyecto), rompiendo su propia coalición e instaurando una práctica de difícil retorno. En años copiosamente electorales, no debiera sorprender que los candidatos y candidatas sorprendan con una avalancha de declaraciones grandilocuentes. Hay un gobierno sangrante por su ineficacia, y una elección por ganar.

Tenemos un sistema político quebrado, dijo hace poco el académico Jorge Fábrega. Es difícil pensar muy distinto. Lo preocupante es que el sistema político chileno no ha dado muestras de estar a la altura de los desafíos que tiene adelante, incluso desde antes que comenzara la época crítica de octubre de 2019. Mientras se suceden balaceras, secuestros –extorsivos o “tradicionales”–, portonazos, homicidios; mientras la inseguridad y el miedo se apoderan de las calles de Chile; mientras la recuperación económica todavía se ve cuesta arriba y carente de claridades; mientras las pensiones siguen estando al debe; mientras la educación sigue siendo fuente de incertidumbre para las familias de Chile; mientras la reconstrucción post-incendios se aplaza y falta materializar todavía tantas cosas.

La tentación es apuntar al gobierno del presidente Boric. Qué duda cabe que tiene grandes responsabilidades en el cuadro actual, que no ha estado a la altura de sus promesas, y ha sido presa de su ineficacia política. Pero, también y más gravemente, el sistema político chileno en su conjunto vive una desconexión brutal, donde sus intrigas palaciegas son percibidas con un sabor amargo por parte de la ciudadanía. Se gasta mucho tiempo en denunciar los males de los líderes populistas y radicales que campean a lo ancho del globo. Es cierto: la mayoría es un problema porque cuestiona los fundamentos de la democracia, ese precario sistema que permite la coexistencia pacífica con la alternancia en el poder. Pero tocan una tecla que está lejos de ser baladí. Proponen romper la intermediación que supone tener representantes, y en el camino se pierden bienes sumamente cruciales. Pero si esta oferta cuenta con adherentes –pues la gente no es tonta– es porque algo de verdad habrá en esos discursos.

Se están quemando el Senado y el Congreso. Lo lamentable es que los están quemando desde adentro.