Columna publicada el lunes 4 de marzo de 2024 por La Segunda.

¿Por qué el diputado Winter se despliega en múltiples medios los mismos que el FA denigra con frecuenciay exhorta a sus feligreses a dar la batalla cultural? ¿Por qué el exconvencional Atria lo defiende, cual escudero suyo, con la misma rapidez con la que antes criticó a la alcaldesa Delfino del PS? Y, más importante aún, ¿por qué el presidente Boric decide reaparecer en escena no hablando del postergado plan de reconstrucción, ni tampoco del brutal homicidio de un refugiado político venezolano, sino quemando las naves por el PC (y cuestionando, de paso, a los medios)?

Naturalmente, cada una de estas preguntas admite un examen pormenorizado, pero el cuadro general revela la profunda desorientación, casi desesperación podría decirse, que afecta a la alianza de gobierno ad portas de cumplir dos años en el poder. Se trata de una incomodidad cada vez más visible; y no por azar. Dicha incomodidad responde, en parte, al cansancio de tener que lidiar con aquellas responsabilidades ejecutivas y de gestión que el FA siempre miró en menos (la vilipendiada “mera administración”). Y en parte, al hecho de que se le acaba el tiempo a La Moneda para concretar algún logro significativo, considerando que las elecciones municipales y de gobernadores de este año son la antesala de los próximos comicios parlamentarios y presidenciales. 

Sin embargo, en paralelo existe otro fenómeno político tanto o más relevante, que ayuda a comprender el extravío y el malestar con la situación actual de Winter, Atria y Boric. En efecto, durante el gobierno en curso pareciera estar gestándose un nuevo ciclo político. Desde luego, la nueva izquierda siempre soñó con eso: con encarnar un antes y un después y fijar un punto de inflexión en la política chilena. Y todo indica que así será, sólo que de un modo muy distinto al que el frenteamplismo habría querido o imaginado. 

En concreto: si antes la política nacional se alineaba en torno al plebiscito de 1988 —dinámica que el oficialismo quiso revivir sin éxito para los 50 años del Golpe—, hoy las aguas se dividen respecto al octubrismo y el Apruebo/Rechazo del 4 de septiembre de 2022. Si en los años 90’ se ponían en duda, con mayor o menor justicia según el caso, las convicciones democráticas de las derechas, luego del 18-O son las izquierdas, y en particular el PC, quienes cargan con ese lastre en el Chile postransición. Y si en la última década el FA invocó su pureza e inocencia, deslegitimó los 30 años y soñó con una refundación constituyente, hoy emerge una demanda cada vez más masiva, transversal e inequívoca por orden, seguridad y estabilidad. Ese es el país que legará el gobierno de la nueva izquierda. No hay batalla cultural ni tuit presidencial que pueda cambiar esa realidad.