Columna publicada el lunes 18 de marzo de 2024 por La Segunda.

“Nosotros hablamos desde el cerebro, desde la racionalidad y estos grupos le están hablando a la emoción, al corazón, al miedo”. Esas fueron las palabras de la expresidenta Bachelet hace pocos días, en un programa de YouTube junto a la diputada Cariola (PC). La exmandataria pretende trazar una divisoria de aguas inequívoca: de un lado su tribu, “los sectores democráticos y que quieren el progreso”; y del otro la “extrema derecha”, que buscaría “limitar derechos” (todos los términos son literales de Bachelet).

Pero, ¿qué significa aquí “extrema derecha”? Bachelet no está para sutilizas ni distinciones elaboradas. Simplemente alude a la “suerte de irrupción” de su temido adversario en el “panorama político nacional e internacional”. Así, reitera el discurso de aquella izquierda política e intelectual que —con más estridencia que rigor— engloba bajo una sola etiqueta a Trump, Meloni, Milei y Kast, entre otros liderazgos más o menos problemáticos, según el caso. Nótese la paradoja: la expresidenta llama a la izquierda a ser más racional y cuestiona a sus antagonistas por azuzar el miedo, pero en paralelo ella cae en lo mismo que denuncia.

Nada de esto parece muy sofisticado ni razonable. Tampoco lo sería ignorar que el progresismo ya ha pagado costos por este tipo de mentalidad, que tiende a minusvalorar o derechamente despreciar las percepciones ciudadanas cuando no calzan con sus esquemas preconcebidos. El ejemplo paradigmático pertenece a la entonces candidata Hillary Clinton, que llegó al extremo —aquí sí aplica la palabra— de calificar como “deplorables” a la mitad del electorado republicano de la época. Las obligadas disculpas posteriores de Clinton no borraron el daño, ni tampoco el punto ciego involucrado.

En el Chile contemporáneo también hemos observado ese desprecio por el “facho pobre”. Primero por los votantes del expresidente Piñera en 2017, luego por quienes respaldaron a JAK en la presidencial de 2021 y después, con aún más intensidad, por quienes apostaron por el monumental triunfo del Rechazo en 2022.

En particular, este hito debería llevar a Bachelet a ser un poco más cautelosa. Baste recordar sus palabras al explicitar su apoyo al Apruebo: “no es perfecta, pero se acerca a lo que siempre soñé”. Así describió la exmandataria una propuesta que no sólo renegaba de la nación chilena y ponía en serio riesgo la independencia judicial, sino que además eliminaba el Senado, desconocía el rol de los partidos políticos y concentraba el poder en una asamblea plurinacional creada a imagen y semejanza de la fallida Convención.

A diferencia de Bachelet, el pueblo chileno —en todas las regiones y en especial en los sectores populares— le tuvo miedo a ese proyecto. Menos mal.