Columna publicada en El Líbero, 09.02.2016

Hace pocos días tuvo lugar el Súperbowl, la final del fútbol americano, y una verdadera fiesta del espectáculo. A decir verdad, el Súperbowl causa más efervescencia por sus tandas de comerciales y el show de medio tiempo que por el juego mismo, el que básicamente -y con el perdón de los fanáticos- es un deporte de jugadas, con bastantes pelotas muertas, por lo que exige mucha coordinación y estrategia. Tanto es así que, en jerga deportiva, cada equipo juega según un “libro de jugadas” (en inglés, “The Playbook”), y es tarea del entrenador transmitir al equipo la táctica acordada para cada movimiento. Algo similar pasa en política, como bien lo ha notado el prestigioso sitio web Politico.com: una de sus secciones más célebres se llama justamente “The playbook”, y en ella, Mike Allen se dedica a examinar los últimos movimientos políticos de Washington, como si se tratase de un juego de pelota. No deja de ser lamentable, sin embargo, que al sur del continente sea imposible hacer un análisis similar, pues acá las cosas se hacen de manera mucho más artesanal, y pareciera no existir tal cosa como un libro de jugadas.

A estas alturas uno esperaría que La Moneda entendiera que, tras cualquier acción, viene una reacción. El playbook del gobierno debería comenzar advirtiendo que cuando se tiene una aprobación baja, es mejor evitar pasos políticamente controversiales e innecesarios, como la decisión -revertida a las pocas horas- de restringir la participación de periodistas en giras internacionales, o la arrogancia con la que el Ejecutivo ha tramitado la aprobación del TPP, pese a las críticas de todos los sectores políticos. El gobierno sigue sin entender las lógicas con que opera la opinión pública, y no ha entendido que necesita actuar en coordinación con el resto de la sociedad civil y política, como una forma -cada vez más urgente- de recuperar la confianza.

Los casos que contravienen esta forma de jugar siguen aumentando, semana a semana. Hoy ha sido el turno del anunciado documental sobre el gobierno de Michelle Bachelet, que se realizará con cargo al erario público, y sin una justificación clara. Esta es claramente una jugada que un buen entrenador habría censurado, especialmente si su equipo va perdiendo el partido por goleada. ¿Qué es lo que se busca conseguir con el documental? ¿Dejar un legado? ¿Mejorar su imagen? ¿O insistir en las reformas que, majaderamente, el Ejecutivo insiste en impulsar, pese a las críticas que vienen incluso de la Nueva Mayoría?

El documental es, a decir verdad, una nueva prueba del fracaso en el diseño político del gobierno. Lo más grave no es su costo, ni que se utilicen recursos públicos para propaganda política, ni que se haya designado a dedo a una realizadora explícitamente bacheletista, ni que la orden provenga del cuestionado Cristián Riquelme, el sobreviviente administrador de Palacio. Lo más grave es que La Moneda sigue sin entender que una buena estrategia de comunicación y acción política debe comenzar por reconocer el terreno y entender la realidad social ya construida, tal como lo planteó William Thomas hace casi un siglo, en su recordado teorema de la “definición de la situación”.

Thomas señala que, según las ideas ya concebidas que tienen los individuos, la realidad interpretada pasa a constituirse como realidad social. Así, al impulsar una idea como un millonario documental para defender su propia obra, Bachelet sale perdiendo, pues el proyecto recuerda irremediablemente los abusos de autoridad cometidos por su propia familia, y deja un sabor amargo en la opinión pública. Prueba de ello es que, según la última encuesta Cadem, 7 de cada 10 chilenos cree que la Presidenta efectivamente sabía de los negocios de su hijo y nuera.

El famoso documental ha comenzado a generar una nueva crisis para la Presidenta, y la aleja cada vez más de una ciudadanía que se mantiene esquiva, distante y profundamente desconfiada. Se trata de una jugada torpe y contraproducente, que una buena dirigencia habría evitado realizar. Un equipo así, al fin y al cabo, estaría lejos de llegar a las grandes ligas.

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