Columna publicada el domingo 24 de marzo de 2024 por La Tercera.

Toda nuestra experiencia histórica puede ordenarse, para ser comprendida, en ciclos de mayor calado y duración, y otros ciclos más pequeños, a su vez compuestos de conjuntos de sucesos de todavía menor calado. Y la política, por supuesto, pueden ser comprendida de la misma forma.

Lo que vemos en las noticias y comentamos regularmente los columnistas son procesos cortos, anclados en el ciclo noticioso de la semana. Por sobre ellos se pueden discernir procesos más largos, como los del ciclo electoral. Y, de más larga duración todavía, ciclos políticos completos, como la “transición a la democracia”. Lo que marca nuestro momento presente es la sensación de final de un ciclo largo: el fin, para bien y mal, de los “treinta años”. Y esa sensación de término, a su vez, informa los ciclos más cortos y contingentes: todos queremos entender cuál es la forma de lo que estamos comenzando a vivir, pero que aún no tiene nombre.

Vivimos, así, tiempos de especulación y oportunismo. Llenos de comienzos en falso, pues sucesos que terminan mostrándose de poco calado, a ratos parecen ser la llave del nuevo desfile. Así ocurrió, por ejemplo, con la Convención constitucional: mucho ruido y furia, pero cuando bajó la polvareda no quedó nada. Y la mayoría de los que ayer se peleaban por subirse al carro de la victoria octubrista, rápidamente tomaban circunspecta distancia. El caso más desvergonzado es el de varios matinales, que pasaron de un extremo a otro, pero dista de ser el único. Buena parte de los enredos del actual gobierno proviene del hecho de que Boric y sus amigos son sobrevivientes de un naufragio histórico que todavía no entienden, pero que los ha obligado a arrimarse a lo que sea que flote entre los despojos, cuando sólo ayer se sentían altaneros capitanes de un acorazado indestructible.

Otra apuesta de comienzo que parece abortada fue la provista por el Partido Republicano en el segundo proceso constitucional. La idea de una restauración del orden Chicago-gremialista nunca logró despegar con suficiente fuerza. No generaron eso que los gurús de todo tipo llaman “momentum”:  la fuerza de transformación necesaria. En parte, porque Kast se vio obligado a apostar por una agenda moderada, encamisada en los balances y contrapesos de las líneas de base y el Consejo Experto. Y, también, porque no lograron sacudirse la astuta e injusta acusación de la oposición de ser “antimujeres”. Bastó un feminismo progresista espectral para doblarle la mano a Republicanos, permitiendo una igualmente espectral alianza entre octubristas iliberales derrotados y progresistas liberales. Y si Milei parecía darle un segundo respiro a la “batalla cultural” de Republicanos, la muerte de Piñera generó un anticlímax para esas esperanzas.

Lo único que parece haber quedado de todas estas atropelladas intentonas fue un equívoco gustito a triunfo de consuelo por parte de la izquierda frenteamplista en el segundo proceso constitucional. Gustito que ha ido desplazando su imaginación de amigos/ enemigos desde la distinción neoliberal/ antineoliberal a la de liberal/ conservador. Si uno revisa las entrevistas y declaraciones del Presidente Boric, de Michelle Bachelet, de Camila Vallejo y de todos los replicantes de minutas del oficialismo desde hace un par de meses, el cambio es ostensible. Dado que fue la única tabla que les flotó en medio del desastre, quieren aferrarse a ella de cara a las elecciones que vienen, en particular las presidenciales.

Este giro le da una oportunidad al aparato académico e intelectual de izquierda encandilado por el octubrismo -y reventado el 4S- de relanzarse como feministas liberales o algo por el estilo. Lo estamos viendo y lo veremos más. Menos críticas al modelo económico y más “agenda valórica”. Menos etnonacionalismo indigenista, más aborto y suicidio asistido. Los comunistas, eso sí, serán un problema en este esquema debido a su iliberalismo rampante y sus alianzas internacionales con dictaduras. Y la derecha, con todas sus almas, tendrá que ver cómo jugar su mano en un escenario diseñado para dividirla todo lo posible y desviarla de las agendas de economía, migración y seguridad, donde la izquierda no tiene cómo ganar la partida.