Columna publicada en La Tercera, 17.12.2017

Las elecciones son como el fútbol, pero la política no. Después del marcador final, de las celebraciones y los abrazos, comienza el verdadero desafío, que es ejercer el poder. Después del fútbol, el ajedrez. Y ahí las cosas se ponen mucho más complicadas.

Un hincha que no quiere que su equipo gane, no es hincha. Pero en política las cosas son diferentes. Ganar sin capacidad para ejercer la autoridad puede ser un acto suicida. Y es que asumir la conducción del Estado es, al mismo tiempo, administrar un gran poder y abrir flancos a los adversarios. Si no se está en condiciones de resistir los embates y mantener una dirección, no conviene exponerse.
Pero hay más. Junto a las consideraciones del hincha y del estratega, están las del ciudadano. La preocupación por el bien común. En política se supone que se actúa buscando la mayor prosperidad posible para la comunidad, antes que simplemente la derrota del adversario. Quien actúa solo buscando lo segundo, no hace buena política.

Cualquiera que pondere sinceramente la decisión electoral de hoy a partir de estas tres dimensiones, se sentirá abrumado. No es claro que a ninguna de las coaliciones le convenga ganar. La derecha puede imaginarse como una oposición fuerte, con liderazgos jóvenes renovados, llevando adelante una implacable avanzada sobre un gobierno de Guillier débil y dividido, con pocos parlamentarios, y con oposición también en su flanco izquierdo. En ese escenario, además el Frente Amplio se podría quebrar definitivamente entre intransigentes y colaboracionistas. La izquierda, en tanto, puede imaginarse un gobierno de Piñera arrinconado por la convergencia antagonista de las dos grandes coaliciones del sector, por el cobro de las promesas oportunistas de campaña, y por un mal manejo político, similar al de su primer gobierno.

Esto nos lleva a la evaluación en un eje del bien común. ¿Qué postulante está en la mejor posición para conducir responsablemente el país?

Es difícil responder esta pregunta. Hay que elegir un punto de referencia. Para mí, son las víctimas del orden social: los niños del Sename, los presos, las familias que viven en campamentos, y también los más frágiles entre la clase media. Considero, entonces, que la mejor candidatura será la que tenga suficiente fuerza como para darle prioridad a los que más lo necesitan, y resistir las presiones de los grupos de interés poderosos.

En esos términos, me parece que la mejor candidatura es la de Sebastián Piñera. ¿Por qué? Porque Guillier es un candidato débil, con poco apoyo parlamentario y capturado por la clientela universitaria del Frente Amplio. Piñera, en cambio, tiene espacio de maniobra como para ordenar las prioridades de su gobierno de manera más justa. Este margen lo convierte en el mal menor para el país. Pero también, de ganar, tiene más que perder. Un mal gobierno de Piñera, entregado al populismo ossandonista o al raspado Chicago-gremialista que conduce la UDI, mataría en la cuna los diversos y valiosos brotes que anuncian una nueva derecha.

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