Columna publicada el lunes 5 de febrero de 2024 por La Segunda.

No recuerdo exactamente cuándo conocí a don Arturo. A una parte de mi generación (2003) le tocó tener clases con él, de “Derecho, economía y mercado”, en primer año; no fue mi caso. Sí recuerdo que nos topamos un par de veces a fines de 2023, entrando o saliendo del Metro. En esos últimos encuentros, casi al pasar, me saludó como de costumbre, con su sonrisa cordial, la misma que tantos han evocado estos días luego de su inesperada partida.

No es casual que esa actitud afable y atenta a los demás se repita entre quienes han hablado o escrito sobre él. Es verdad que hay un antes y un después de su decanato, pues bajo su conducción la Facultad de Derecho UC ganó en complejidad, académicos con dedicación preferente, actividades de investigación e infraestructura (su querido “Edificio”). Pero, con independencia de lo anterior, también es verdad que el sello distintivo de su gestión fue su notoria preocupación por los alumnos, profesores y, sobre todo, por el personal administrativo y profesional de la Facultad.

Todo esto debe resultar extraño o de frentón inverosímil a quienes apenas conocen de oídas —con más o menos justicia, con más o menos prejuicios— la cara menos amable de esta escuela. Naturalmente, no hay lugares perfectos, pero lo cierto es que cuando don Arturo hablaba de la “gran familia Derecho UC” no sólo era creíble, sino que le daba voz a un sentido de comunidad que él encarnaba de un modo muy único, y que terminó impregnando a la institución hasta donde ello es posible. Son demasiados los testimonios que así lo ratifican.

Considerando su destacada trayectoria habría mucho más que decir de él. Que se doctoró cuando era poco habitual hacerlo; que junto a su actividad docente desarrolló una prestigiosa labor profesional como abogado y árbitro; que en paralelo participó en distintas instancias asesoras y de servicio público; que con discreción apoyó iniciativas de bienestar social; y así. Con todo, en estas líneas quisiera subrayar un hecho tal vez poco comentado aún, pero muy revelador del carácter de don Arturo: la alegría y gratitud con la que homenajeó en reiteradas ocasiones a don Alejandro Silva Bascuñán.

Es sabido que para muchos se trataba del mayor constitucionalista del siglo XX, pero también lo es que, más allá de su común aprecio e identificación con los principios de la UC, ambos encarnaron sensibilidades relativamente diversas durante el Chile de las planificaciones globales (1960-1990). Sin embargo, esas cuestiones accidentales nunca le importaron al decano Yrarrázaval. Hombre de universidad y agradecido de sus predecesores, fue el artífice de que el “Tata Silva” recibiera en vida el tipo de homenajes que hoy, sólo de forma póstuma, podemos ofrecer a don Arturo.