Reseña publicada el martes 9 de enero de 2024 por Ciper.

Sobre Tierra de campeones, novela del chileno Diego Zúñiga ambientada en una caleta pesquera del norte (Random House, 2023).

Tierra de campeones, la tercera novela de Diego Zúñiga (Iquique, 1987) cuenta la historia de Chungungo Martínez, un prodigio del buceo que, luego de escapar de los escombros de un hogar en Calama, es acogido en Caleta Negra donde vive su tío Lucho. Allí, en medio de una comunidad de pescadores, aprenderá un oficio que lo llevará, algunos años después, a coronarse campeón en el mundial de caza submarina realizado en Iquique a principios de los años 70. Con ciertos ecos históricos —el calameño Raúl Choque lideró el equipo chileno que, en 1971, ganó la competencia realizada en el norte del país—, el autor elabora un relato que en definitiva es de ficción, escrito con una aparente sencillez para abordar con profundidad —y, a ratos, con un trazo poético—, los grandes temas de una vida: la soledad, el honor, la fama o la memoria.

La trama de Tierra de campeones se teje con diversos hilos. Está por un lado el intento de Martínez por encontrar algo así como una familia, luego de que primero su padre y luego su madre lo abandonaran a su suerte. El grupo que habita Caleta Negra y que acoge al protagonista (su tío Lucho, Violeta, el viejo Riquelme o los hermanos Villagra, entre otros) se ubica en el escalafón más bajo de la sociedad: están al margen, viven de lo que el mar les entrega por un trabajo abnegado, y se apoyan mutuamente en un presente que, aunque a ratos idealizado, se estructura en torno al compañerismo y la amistad. Dentro de este grupo, para Chungungo juega un papel importante su amistad con Violeta, una huérfana poco mayor que él que recaló por casualidad en el caserío. Es ella quien le regala sus primeros anteojos de buceo y le presta viejos ejemplares del Reader’s Digest, de los que saca historias para entretener a sus vecinos. La lectura —que solo Violeta y Chungungo saben practicar— no es, sin embargo, ninguna panacea: las palabras son opacas, y más que algunas anécdotas para pasar el rato, no parecen traer grandes beneficios al grupo.

Está, además, la épica deportiva que vuelve al protagonista un héroe nacional. Así, el joven que en su infancia admiraba fiel y profundamente al boxeador iquiqueño Tani Loayza (más que a Arturo Godoy, a pesar de tener en su habitación el póster de este último), será reconocido él también como un hijo ilustre de esa tierra de campeones. Su portentoso desempeño en el mundial de caza submarina realizado en Iquique lo convertirá en un ídolo felicitado por el presidente Allende, y reconocido a lo largo de Chile. En esta novela aparece también la dimensión política de una sociedad movilizada por el gobierno de la Unidad Popular, cuyo entusiasmo es interrumpido por el Golpe y la represión que le sigue. Esta dimensión gana protagonismo hacia el final del libro, cuando no solo la carrera deportiva de Chungungo se contamina por la intervención que el régimen hace de la federación deportiva o por las desapariciones de algunos miembros de la caleta, sino porque el mar —hasta entonces, un refugio prístino en que solo los hábiles buzos podían andar a sus anchas— se ve invadido por cuerpos que aparecen en el fondo del océano y que Chungungo encuentra por casualidad.

Una vez más en su obra, Diego Zúñiga ambienta su narración en el norte de Chile. Si en su temprana y premiada Camanchaca (Calabaza del Diablo, 2009) el desierto iba configurando un modo particular de relacionarse con la geografía, aquí el tránsito de Martínez desde el interior a la costa abre el escenario, cuando este hijo del desierto encuentra en el Pacífico inmenso una vocación y un modo de supervivencia. Ese tránsito hacia el mar le permite también encontrar un lugar al cual pertenecer: primero Caleta Negra, y luego —al ser ese caserío destruido por una tromba— Santa María. En el mar, Chungungo descubre mucho más que una fuerza indomable de la naturaleza: hay ahí un modo de vida inencontrable en su infancia en Calama, atravesada por el abandono y la falta de perspectivas futuras. Su apuesta, sin embargo, es incierta. El azar de un alcalde ambicioso —que quiere ganar protagonismo al organizar el mundial de caza submarina— le da una oportunidad única: una posibilidad de saltar a la fama que, en un contexto de precariedad como el suyo, es totalmente excepcional.

Con todo, siendo Tierra de campeones una buena novela, hay dos detalles que vale la pena mencionar como eventuales desventajas. El primero tiene que ver con la idealización de la caleta y los personajes que en ella habitan: está claro que el autor no quiere dibujar un realismo social crudo con afanes moralizantes ni de denuncia, pero la ausencia de cualquier tensión o roce entre la comunidad de pescadores hace que, a ratos, sus personajes o diálogos sean algo asépticos, sin la fuerza ni potencia que al respecto tuvieron narrativas tan disímiles como las de Gómez Morel o Lemebel, por nombrar a dos autores chilenos que también estuvieron atentos a los bajos fondos.

Lo segundo es que no hay ninguna voluntad humana que se oponga a los deseos de Chungungo. En cierto sentido, el protagonista lucha contra el abandono —de sus padres, primero; y, luego, de todos quienes por distintas razones se van de la caleta—, contra la naturaleza, y al fin contra sí mismo y sus propios problemas de salud. La caza submarina quizás representa esa disputa: allí el protagonista no compite directamente contra los otros equipos, sino contra las limitaciones de un cuerpo que debe salir a respirar, contra los peces que buscan resguardo entre las algas y las rocas. Al no haber antagonismos, sino apenas resistencias de uno u otro personaje secundario, Chungungo termina siendo menos interesante de lo que quizás exigía una épica como la que aquí se relata.

Esta narración confirma a Diego Zúñiga como una de las voces relevantes de la literatura chilena contemporánea. Es una novela que, desde una trama deportiva y una escenografía nortina, es mucho más que una novela de género o una obra de provincias. Anclada en la gesta de Martínez y en esa geografía específica, logra trascender esos elementos para relatar la historia de un protagonista entrañable. No es talento lo que falta en Zúñiga —hay escenas de notable poesía o de gran humor, como aquella en que Chungungo sale de farra con Arturo Godoy y terminan a combos con los camareros del restaurante—, pero sí, quizás, una mayor voluntad de desembarazarse de una escritura a ratos demasiado correcta.