Columna publicada el 05.06.18 en El Líbero.

Alexis de Tocqueville, uno de los más agudos observadores del fenómeno democrático, advirtió hace algunos siglos que “[…] no hay monarca tan absoluto que pueda reunir en sus manos todas las fuerzas de la sociedad, y vencer las resistencias, como puede hacerlo una mayoría revestida del derecho de hacer las leyes y ejecutarlas”. Uno de los riesgos inherentes a toda mayoría es que puede devenir tiránica. Por eso el poder político tiene que estar controlado. A partir de ello se ha articulado la promoción de tribunales constitucionales, los cuales, sigue la idea, tienen una importante función que cumplir en nuestra democracia.

Este es el principal argumento que usan los defensores del TC (que también están en la izquierda: aquí ese eje no funciona) frente a los críticos que, al parecer, están creciendo en número. En efecto, hoy es un lugar común afirmar que sus fallos son polémicos. Pensemos, por ejemplo, en el caso Sernac, el caso Cascadas, el del aborto o el de la reforma laboral. El panorama, sin embargo, no es demasiado auspicioso para los defensores de este tribunal si es que siguen recurriendo casi únicamente —como lo hacen hoy— al argumento de las mayorías tiránicas.

Por contraintuitivo que parezca, es muy discutible que en nuestras condiciones modernas existan “mayorías” como las entendió Tocqueville. ¿Qué es una mayoría? Podríamos decir que, a grandes rasgos, es un conglomerado capaz de cierta acción colectiva y consistente durante un período de tiempo. Será “tiránica” aquella que impone su voluntad perjudicando a un oprimido (la “minoría”). En las sociedades modernas, sin embargo, no encontramos condiciones favorables para la creación de grupos como estos. Si hay algo que caracteriza a nuestras comunidades políticas es la diversificación y diferenciación. No existen grupos sociales con contornos nítidamente definidos que enmarquen los mismos ideales de vida, preferencias políticas, gustos, nivel de ingreso, estatus social, etc. Esta diversidad se presenta en casi todos los asuntos sobre los que se legisla. Para ilustrarlo, pensemos en los llamados temas “morales”. Al revisar discusiones sobre matrimonio, aborto o eutanasia, por poner algunos ejemplos, se evidencia un hecho básico: somos muchos y pensamos muy diferente. Diversas e inconmensurables tradiciones de pensamiento moral informan nuestras opiniones políticas. (Pensemos en las múltiples facciones que existen en partidos políticos o en coaliciones).

Ahora bien, nada de esto quiere decir que no se puedan formar “mayorías tiránicas”, sino que, como ha explicado Paul Yowell, es cada vez más difícil encontrar las condiciones para que podamos hablar de mayorías en algún sentido que importe. Pero el popular argumento de las mayorías tiránicas no parece ser sensible a esta realidad. Se está extendiendo el uso de un argumento limitado (que aplica sólo a hipótesis infrecuentes y muy excepcionales) a situaciones para las que sus propias premisas no sirven. Por actuales que sean las observaciones que hizo Tocqueville, hay muchos sentidos en que nuestra época ya no es la misma que la Francia y Estados Unidos de principios de 1800.

Los tribunales constitucionales pueden ser, sin duda, muy importantes. Pero no es con este tipo de argumentos que se va a convencer a los escépticos (y menos a los críticos). Hay, aquí, un importante espacio argumentativo que llenar y una articulación discursiva que lograr.