Columna publicada el martes 26 de diciembre de 2023 por El Líbero.

La política chilena parece haberse contagiado de un frenesí propio de las fiestas de fin de año: calor, cansancio y un continuo correr de un lado para otro sin pararse a reflexionar sobre el qué o para qué. A todos nos vendría bien una “Noche de paz”, una pausa, una tregua y reflexión.

Después de cuatro años vertiginosos marcados por el estallido social, la pandemia, y dos procesos constitucionales fallidos, el país aún no ha tomado plena conciencia del trauma vivido. Necesitamos un receso, un respiro colectivo para aquilatar las experiencias y digerir las lecciones aprendidas.

Esta pausa no significa inacción, sino prudencia. Es intentar abrir un espacio que permita a los diversos actores políticos adquirir cierta distancia y perspectiva de lo sucedido, revisar sus propias agendas y, a partir de ahí, ver cómo lograr consensos. Tampoco significa desoír las demandas urgentes de la ciudadanía, como en materia de educación, pensiones, salud y seguridad, sino tener presente que soluciones apresuradas sólo podrían agravar los problemas (por ejemplo, que quiebren las isapres). Dicho de otro modo, la prisa por aprobar reformas -que parece haber contagiado al gobierno desde el domingo 17D- en un ambiente de deterioro de las relaciones entre los distintos grupos políticos arriesga ser mera declaración de intenciones. Agreguemos a eso el contexto general de desconfianza hacia las autoridades, donde esa premura aumenta el riesgo de conflictos y frustraciones futuras por parte de la ciudadanía. Mejor, vamos lento porque vamos lejos.

La invitación a dialogar que hizo el Presidente en su discurso el domingo 17, tras conocer los resultados del plebiscito, parece responder un poco a ese tono de pausa necesaria. Su llamado a construir juntos una nueva etapa para Chile de crecimiento, justicia social y seguridad ciudadana, pone sobre la mesa una premisa fundamental: la necesidad del diálogo por sobre la intransigencia. Sus palabras parecen ir en la dirección correcta, pero son vacías si es que en la práctica son acompañadas por actos como la presentación de una propuesta en pensiones que borra con el codo conversaciones previas. Destinar el 1% al financiamiento de salas cuna, o de otras políticas públicas como podría ser la condonación del CAE, es una propuesta preocupante. Iniciativas como aquellas se deben financiar con cargo a las rentas generales de la nación, pero no con los ahorros de las personas. Es cinismo llamar a eso búsqueda de consensos y acuerdos, y calificarlo así es un paso más hacia la destrucción de todo acuerdo posible. Dicho de otro modo, eso es estar jugando una doble mano: llamar a acuerdos y proponer lo imposible.

Según la última encuesta CEP, una mayoría significativa de ciudadanos chilenos, el 70%, prefiere que los políticos alcancen consensos, incluso si eso significa que deben ceder en sus posturas. Este dato no implica que haya que entregarlo todo, pero ayuda a captar en qué ánimo están los chilenos y quizás permite interpretar de algún modo el resultado del plebiscito. Esto también subraya una preferencia colectiva por encontrar soluciones reales a los problemas del país, en lugar de persistir en la confrontación. Lo primero no es echar a andar las reformas, o hacer efectivos los consensos, sino ponerse a trabajar para crear las condiciones que los hagan posible. Y eso exige una pausa, no tanto como detención, sino sobre todo como tregua: esto cede cada uno, en beneficio de algo más importante.

Si la política es más que la conquista de espacios de poder para instalar a la fuerza ciertas banderas, si es algo distinto de un juego de suma cero en que unos ganan y otros pierden, la lógica de la Navidad podría ayudar a recordarlo, y no es otro que el dato de que nos moviliza hace algo más grande, que estamos disputando posturas distintas, pero en favor de una aspiración común: vivir juntos y vivir bien. Quizás sólo pensarlo ya sea utópico, pero siempre cabe esperar lo improbable.