Columna publicada el martes 12 de diciembre de 2023 por El Líbero.

Los recientes resultados de la prueba PISA (Programa para la Evaluación Internacional de los Estudiantes), han reactivado el debate en torno a la crisis educacional que enfrenta el país. Si bien Chile lidera en el ranking general en Latinoamérica, figura bajo el promedio OCDE, ocupando el lugar 51 en matemáticas, 43 en ciencia y 37 en lectura (entre un total de 81 participantes). Aun cuando los resultados fueron negativos para la mayoría de los países, los que retrocedieron con respecto a mediciones anteriores, eso obviamente no es algo con lo cual consolarse. 

Uno podría preguntarse por qué a Chile no le va mejor. Si bien la crisis educacional se debe a múltiples variables, nos detendremos en los tres grandes factores que influyen en el aprendizaje: el cognitivo, el afectivo-social y ambiental, y de organización de estudio. Sin lugar a dudas en nuestro país no estamos bien en ninguno de esos indicadores. Veamos.

En cuanto al factor cognitivo hay una alta proporción de profesores que se formaron en programas de dudosa calidad, algunos en universidades que luego cerraron sus puertas. Si un profesor no está bien preparado en su materia, ¿cómo puede enseñar a otros? En relación a los factores afectivos, sociales y ambientales tenemos un problema grave de convivencia escolar. Hemos sido testigos de casos de estudiantes que van al colegio con armas, profesores que han sido atacados por los mismos alumnos o sus apoderados. Sumado a lo anterior, nuestro país también saca “mala nota” en el tema de gestión administrativa. Y esto no pasa solo por un tema de recursos, ya que hay organizaciones de la sociedad civil que sí han podido gestionar proyectos educativos exitosos a pesar de estar situados en contextos vulnerables.  

A lo anterior se puede agregar un nuevo factor que el informe PISA puso por primera vez de relieve en el estudio: el uso de celulares en clase puede conllevar una significativa pérdida de conocimientos. Específicamente en matemáticas, la presencia de estos dispositivos se traduce en una reducción del aprendizaje equivalente a casi el 75% de un curso. Mientras nadie discute el uso de la computación en manos del profesor, que ha demostrado ser una valiosa ayuda en el aprendizaje, en manos de los estudiantes su uso ha dado resultados contradictorios. Por ejemplo, hay experiencias positivas en el uso de tablets o la realidad virtual, no obstante hay otros que señalan que el uso disruptivo de teléfonos celulares influiría de manera negativa. Si hasta ahora esto era un secreto a voces, durante el último año es enorme el número de instituciones educativas que ha comenzado a enfrentar el problema con medidas drásticas.

En Chile, algunos colegios reconocen que una prohibición total es difícil, optando en cambio por políticas que permitan a los estudiantes llevar sus dispositivos, pero restringiendo su uso durante la jornada escolar. Sin embargo, en este asunto pesan no solo las decisiones de las escuelas, sino también las de los padres. Si bien la discusión sobre la integración de la tecnología en la educación no es nueva, lo que a menudo se pasa por alto es su componente socio-familiar. Como señala Daniel Mansuy en su libro Enseñar entre iguales (IES, 2023) no todas las familias poseen los mismos recursos para limitar y administrar el uso de las pantallas. Algunas tienen acceso a información detallada sobre los riesgos asociados y herramientas para controlar el contenido, mientras que otras, por falta de recursos o tiempo, no tienen otra alternativa que dejar a sus hijos a merced de la “peor selva comercial” de internet.

Aunque la caída en los resultados de Chile fue más leve en comparación con otros países de la OCDE, el estudio sí sugiere que los problemas son más profundos y requieren una atención que va más allá de las soluciones a corto plazo. Según describe la cofundadora de Enseña Chile, Susana Claro, en una entrevista en Ex-Ante, la simple posesión de un celular no causa directamente una caída en las calificaciones; sin embargo, existe una dinámica preocupante relacionada con su uso. Esto puede estar vinculado a una falta de autogestión en los hábitos de estudio y a la ausencia de límites claros en el entorno familiar. Este panorama subraya la urgencia de una discusión más profunda sobre el papel de la tecnología en la educación y las medidas necesarias para cerrar la brecha de aprendizaje en el país.