Sobre Mistral. Una vida. Solo me halla quien me ama, de Elizabeth Horan (Lumen, 2023). Reseña publicada el martes 12 de diciembre de 2023 por Ciper.

En un escenario de bullente revisita a la obra, el talento y la magnética personalidad de la Nobel chilena, la académica estadounidense Elizabeth Horan acaba de publicar Mistral. Una vida (Lumen, 2023), primer volumen de una biografía que busca controvertir los relatos más tradicionales (y hagiográficos, en sus términos) acerca de la escritora, y que según ha dicho la autora se extenderá a lo largo de tres tomos. En esta entrega se describen los primeros 33 años de la vida de la poeta, desde su nacimiento en 1889 en el Valle del Elqui hasta su partida a México, en 1922. Sus años chilenos la muestran como profesora en escuelas rurales en Coquimbo, Antofagasta, Los Andes, Punta Arenas y Santiago. El rápido ascenso de Mistral a labores directivas generó la oposición de quienes la criticaban por no tener un título correspondiente. Aun así, su trabajo pedagógico no le impidió publicar, desde temprana edad, textos periodísticos y poéticos en diversos medios locales, para luego saltar al plano internacional. Aunque Horan se toma libertades cronológicas para describir su itinerario, es posible identificar los principales tópicos que la poeta toca en sus poemas, prosas periodísticas y cartas. Su relación estrecha y constante con la naturaleza, la encendida pasión amorosa, el sentir religioso anclado en la Biblia y en las filosofías orientales, o la preocupación social por obreros y mujeres son analizados en detalle, aunque a ratos caiga en excesos académicos y se pierda la imagen de conjunto por los asuntos que la autora elige priorizar.

En esta biografía tiene especial protagonismo el material epistolar de Mistral. Ella fue una profusa escritora de cartas, muchas de las cuales han sido publicadas a lo largo de los años (Cartas de amor y desamorTan de ustedEn batalla de sencillezEpistolario americano o el tomo VIII de su Obra Reunida, entre otros libros), aunque varias siguen inéditas en archivos alrededor del mundo. Horan se apoya en estos textos para mostrar a una mujer muy consciente de la imagen que construye de sí misma y de las relaciones que entabla con los escritores, diplomáticos y amigos con quienes se cartea. De los años que aborda este primer volumen, tienen especial interés las amistades que labra con escritores como Eduardo Barrios o Manuel Magallanes Moure, entre otros. En sus cartas vemos cómo esta joven Mistral, ganadora de los Juegos Florales de 1914 pero que todavía no ha publicado los poemarios que la harán inmortal (DesolaciónTala y Lagar), recomienda lecturas, declara amores, relata anécdotas y, en fin, cultiva amistades con personajes cuyas preocupaciones poéticas y vitales le eran muchas veces afines.

A pesar de su rigor documental y de su amplio manejo de fuentes, el gran problema de este libro es que parece demasiado enamorado de sus propias hipótesis, las que la autora quiere hacer calzar a como dé lugar, aunque eso implique achatar su objeto de estudio, caer en el anacronismo o entrar de lleno en la sobreinterpretación. En Mistral. Una vida se lee a la poeta elquina partir de dos claves de lectura: primero, la de su identidad queer (concepto que el libro no define y que por lo tanto no termina de aclarar los modos en que Mistral comprende su sexualidad en una sociedad tradicional como la chilena de principios del siglo XX), y, segundo, desde una gigantesca ambición que reduce todos sus movimientos al puro cálculo. Como resultado, la aproximación de Horan termina siendo una interpretación sesgada de un personaje complejo. Gabriela Mistral todavía tiene mucho que decir acerca de la cultura y la política en lengua castellana del siglo XX; por ende, los lectores seguiremos esperando una biografía que desentrañe y aclare su vida con mayor justicia.

Mistral aparece en este volumen como una mujer que pone, por delante de todo, su ambición. Las cartas que escribe, los trabajos que toma o las razones que esgrime para tal o cual acción están motivadas por su afán de conseguir mejores contactos o hacerse más visible en el campo cultural. Así, el interés que manifestó la poeta por ciertos métodos educativos «no fue más que un pretexto para contactar a Bórquez Solar»; la amistad que cultiva con Eduardo Barrios se interpreta desde el beneficio que este obtiene por «las habilidades publicitarias y de la red creciente de admiradores de Gabriela Mistral»; o, en el caso de la escultora Laura Rodig, amiga y compañera durante un largo período abordado en este primer tomo, «Mistral le ofreció resonancia, como la que había ensayado con Barrios y Alone, más la oportunidad de codearse con artistas serios. La perspectiva era irresistible. Laura no pudo rechazarla». El modo en que la autora describe a su biografiada minimiza cualquier atisbo de gratuidad en sus vínculos personales, haciendo casi desaparecer tanto las relaciones humanas desinteresadas como su preocupación por aspectos trascendentes que, hasta ahora, habían estado en el centro de nuestra comprensión de la vida y la obra de Mistral. Es cierto que las inquietudes laborales y pecuniarias de la poeta son parte fundamental de su epistolario —basta una revisión somera de sus cartas para darse cuenta de ello—, pero la insistencia en ellas hace perder de vista otros rasgos o afanes que, en un texto de esta naturaleza, bien podrían haber tenido un lugar. Dicho de otra manera, pareciera que esta Mistral no cultivó amistades auténticas ni conversaciones desinteresadas; así, sus escritos y reflexiones en torno a educación, política, literatura o religión no son sino relaciones públicas, estrategias para verse en un campo donde el poder termina siendo lo único relevante.

Un segundo problema radica en el protagonismo que adquieren las cuestiones de género, tópico en el que la autora se detiene no solo excesivamente, sino que también a ratos la lleva a interpretar de modo descaminado a su protagonista. No cabe duda de que Mistral no respondió a las convenciones de su época: sus ropas anticuadas, su nulo interés en las labores del hogar, su carácter poco dado a la dulzura o su renuncia al matrimonio hacían imposible leerla desde los cánones de lo femenino en el sentido tradicional. Asimismo, en sus escritos poéticos y epistolares dejó múltiples huellas sobre su comprensión de sí misma, en la cual construyó tantas veces una pantalla que manifestaba algo distinto a lo que ella realmente era: Gabriela Mistral, dice su biógrafa, «no es lo que parece, […] su verdadera naturaleza está profundamente escondida». Sobre esos rasgos, sin embargo, Horan contrabandea una serie de conceptos que tienden a cerrar las lecturas que se ciernen sobre la poeta: hacer pender lo queer, lo intersexual, lo fluido o lo no binario sobre su figura no pareciera abrir o volver más compleja la interpretación que hacemos de Mistral, sino inscribirla en una corriente específica que hace palidecer necesariamente otros elementos que en este libro están reducidos al mínimo, como sus concepciones pedagógicas o el lugar que ocupó el catolicismo en su vida. A su vez, al afirmar que la poeta «desafía las nociones del género binario» o concluir que su «identidad fluida» está desde muy temprano en su obra le resta valor a sus propios tanteos por definirse, los que no solo estaban relacionados con la cuestión sexual, sino que se vinculaban también con la lengua, la religión, la patria o la geografía, elementos que suscitan aquí mucha menos consideración.

A partir de esas dos críticas surge una pregunta incómoda. Elizabeth Horan toma, al comienzo de esta obra, una posición polémica, aunque comprensible en un momento de disputa alrededor de la figura de la premio Nobel: «El presente volumen dista de la mayoría de los anteriores acercamientos a la vida de Gabriela Mistral, cuyo estándar se expresa en relatos brotados de la hagiografía; es decir, de las vidas de los santos, o más bien de las santas», nos advierte la autora, buscando tomar distancia de lo que considera ha sido un discurso religioso en torno a su figura: «Es fundamentalmente religiosa la representación de Mistral como madre del estado chileno que postula que su “familia” comprende a todos los ciudadanos chilenos». Sin embargo, más allá de unas pocas menciones a los escritos de Sergio Fernández Larraín y otras pocas lecturas que se escandalizaron en su minuto con el lesbianismo de Mistral —esos «amores inmencionables», en términos de la autora—, son pocas las interpretaciones que Horan busca discutir de manera literal. Si, según sus propios términos, se buscaba desmontar un hagiografía, ¿no es necesario, primero, establecer con mayor precisión los hechos de una vida que ha sido mitificada y cuyos manidos relatos siguen repitiéndose una y otra vez? Y si no era posible sacar conclusiones por el tiempo transcurrido, la ausencia de documentos o la ambigüedad de la información disponible, ¿no sería más fructífero plantear preguntas y proponer hipótesis que abran la conversación alrededor de Mistral, en vez de cerrarla? Abunda en este libro, en cambio, una propuesta radicalmente nueva, una en que la autora de Desolación se convierte en signo y símbolo de las minorías sexuales, en pionera queer y en vanguardia de las luchas identitarias del siglo XXI. Una heroína, a fin de cuentas, de causas que no conoció; una santa para nuestros tiempos. Acaso sin buscarlo, Mistral. Una vida termina siendo otra hagiografía (aunque alternativa).

Uno de los personajes importantes dentro del círculo de Mistral fue la artista Laura Rodig, quien conoció a la poeta durante su estadía en Los Andes y se convirtió en su pareja hasta mediados de los años 20. Cuando la escritora obtuvo el Premio Nobel, en 1945, Rodig se acercó a La Serena y al Valle del Elqui con la intención de investigar su vida, entrevistando a familiares y conocidos, y entonces se embarcó en el proyecto de realizar una monumental escultura suya. Sin embargo, cuando la poeta se enteró montó en cólera y movió todas sus influencias hasta lograr detenerlo. Horan interpreta el episodio desde la idea de que «la figura monumentalizada de Mistral representa [una] violencia restrictiva, porque las estatuas no son dinámicas: son tumbas. Pero esta visión fue derrumbada por el estallido social de 2019, cuando la estatua militar en la Plaza Baquedano fue reemplazada no con otra estatua, sino con una serie de instalaciones temporales, entre ellas la representación gráfica de Gabriela Mistral rodeada por otros artistas queer como Pedro Lemebel y Simone de Beauvoir». A continuación, Horan cita un largo fragmento de Paul Preciado: «Cuando cae una estatua se abre un espacio posible de resignificación en el denso y saturado paisaje de signos del poder. Por eso todas las estatuas tienen que caer». Quizás valdría la pena darse una vuelta por la misma Plaza Baquedano para ver que cuando caen las estatuas sobreviene el vacío. En cierto sentido, las estatuas no son tumbas, como dice Horan, sino figuras sobre las que puede suscitarse una conversación, una discusión para dilucidar qué nos dicen hoy ciertos personajes del pasado, una posibilidad de reinterpretación y relectura, más que un derribo sin norte conocido.

En varias dimensiones, Mistral. Una vida resulta ser un aporte para los estudios acerca de esta poeta, la única hispanoamericana que, hasta ahora, ha ganado el Nobel de Literatura. Logra dar cuenta de muchos relatos que, desde otras biografías o relatos en primera persona de Mistral, no habían sido observados con un ojo riguroso que buscara interpretar desde las fuentes históricas disponibles. Sin embargo, la avidez sobreinterpretativa de la autora la lleva a desatender elementos que quizás sintonizan menos con las universidades norteamericanas, pero que podrían haber servido de sustento para dar cuenta de una vida que seguirá, lamentablemente, llena de mitos y manipulaciones de la más diversa laya.