Carta publicada el viernes 27 de marzo de 2020 en La Segunda

Uno de los signos distintivos del estallido social que vivimos desde octubre fue la
idea de que estábamos ante una generación que había perdido el miedo. Al
presentarse así, erróneamente se sugería que solo el miedo podía explicar el
modo en que nos habíamos entendido durante las últimas tres décadas. Pero
además la frase escondía una visión errónea de esta pasión, retratada como una
parálisis irracional.

Todo eso lo ha cambiado la irrupción de la pandemia, pues las mismas voces de
la generación sin miedo se han volcado al pánico y no hay medida del Gobierno
que no vayan a considerar insuficiente. Cuando la discusión sobre la
organización de nuestra sociedad vuelva al centro de nuestro debate, la idea de
una generación sin miedo habrá quedado en el baúl de los recuerdos como un
eslogan ridículo. ¿Cómo entender este movimiento pendular?

Para recuperar el equilibrio debemos volver a una enseñanza que se encuentra
en casi toda tradición antigua: que solo un temor bien educado permite mantener
estabilidad ante la adversidad. El temor del Señor se consideraba el principio de
la sabiduría precisamente porque ahuyentaba otros miedos irracionales. En una
de las múltiples versiones filosóficas de esta idea, Platón describía la valentía
como un saber qué temer y qué no temer. Cuando la política vuelva por sus
fueros, necesitaremos el tipo de discusión franca que es tan capaz de excluir
temores irracionales como de hacer lugar a los razonables.