Columna publicada el miércoles 13 de diciembre de 2023 por El Mercurio.

Si los chilenos estamos divididos respecto de una serie de asuntos mayores y menores, no parece raro que una mitad de los chilenos —las mujeres— también lo estén. Por lo pronto, están divididas —como lo estamos también los hombres— respecto de la propuesta constitucional. En ese sentido resulta positiva la nota del más reciente cuerpo de Reportajes de “El Mercurio”, en que seis mujeres —tres y tres— confrontan sus interpretaciones del texto. Esto solo podría sorprender a alguien acostumbrado a encasillar de un modo tosco a las personas, como si sus opiniones políticas dependieran de su sexo o su raza.

El problema, desde luego, es que esa tosca clasificación ha sido un rasgo dominante de nuestra discusión reciente. Está muy bien que ya no hablen los hombres por las mujeres, pero parece un dudoso avance que sean las mujeres progresistas las que pretendan hablar por todas ellas.

La campaña que describe al texto como “antimujeres” ha sido una expresión cristalina de esta tendencia (y de la generalizada tendencia a identificar la democracia con el avance de la agenda progresista). Paradójicamente encabezada por la que fuera nuestra primera Presidenta mujer, se trata en ese sentido de una genuina campaña antimujeres, que trata como inexistente, ilegítima o alienada la posición de las mujeres que se han convencido de la razonabilidad de la propuesta.

Pero lo interesante, me parece, es precisamente el fracaso de ese intento. El punto puede verse con claridad si contrastamos la discusión de estos días con la que hubo en la última elección presidencial. En dicho momento, la idea de que la candidatura de la derecha representaba un riesgo para las mujeres logró plantearse como plausible y ello probablemente incidió en el resultado. Eso no obedeció solo a la efectividad de la campaña en su contra, sino en parte también a sus propias deficiencias: que las propuestas de dicha campaña incluyeran cosas como abolir el Ministerio de la Mujer revelaba, en el mejor de los casos, una total ausencia de reflexión propositiva respecto de estos asuntos. Es eso lo que patentemente ha cambiado.

En efecto, el escenario ha cambiado no solo por el generalizado hastío que hoy reina respecto del tipo específico de agenda feminista que representa el actual gobierno. También ha cambiado porque tanto en el ámbito de la opinión pública como en el de la política han surgido voces de mujeres que ofrecen una alternativa, una propia elaboración de cómo deben abordarse los intereses de las mujeres. Es eso lo que se encuentra reflejado en la aproximación de la propuesta constitucional a cuestiones como la paridad salarial o el acceso equilibrado a cargos de elección popular, por nombrar dos ejemplos. Como consecuencia de eso, las campañas que dos años atrás trataban a las mujeres como un bloque de orientación política uniforme han perdido hoy toda eficacia.

Sea cual fuere el resultado del próximo plebiscito, este cambio debiera ser uno de los legados positivos del actual proceso.