Columna publicada el domingo 15 de octubre de 2023 por La Tercera.

A la nueva izquierda le cuesta lidiar con la realidad. Utópica, transformadora, crítica, progresista, rebelde, contraria a toda opresión y exclusión, lo real le importa fundamentalmente como horizonte de denuncia. Nunca como límite u orientación, sino apenas como lugar donde se verifica la existencia de aquello que debe ser erradicado. Los imperativos, los criterios que guían su acción política, se encuentran en los modelos a los que aspira, y a los cuales la pobre realidad debe, necesaria o inevitablemente, adecuarse. Lo hemos visto más de una vez: en las destempladas críticas a una Concertación reducida por momentos a mera continuidad de la dictadura, o en la defensa cerrada de la propuesta constitucional de la fallida Convención. A la sociedad había que constituirla, pues su presente no era otra cosa que despojo.

Por eso la nueva izquierda es tan rápida en el posicionamiento frente a los hechos, y en el emplazamiento consecuente a quienes se resistan a hacerlo. Es que los hechos no tienen mucho que decir en sí mismos; no hay allí demasiadas preguntas que hacer o dudas que obliguen a pensar. Son simplemente ocasión para confirmar juicios establecidos a priori, y para mostrar ante el resto la correcta ubicación en el curso de la historia. A la nueva izquierda le cuesta lidiar con la realidad, porque su interés por ella es puramente instrumental: no hay en ella nada muy valioso por lo que valga la pena detenerse. La demora es concesión, complicidad; no hay tiempo para la observación atenta, sino urgencia por tomar partido, pues las hipótesis y objetivos ya han sido fijados. Solo queda difundirlos y actuar en consecuencia.

El problema es que, al no saber lidiar con la realidad, a la nueva izquierda no le queda mucho más que el choque frontal con ella. Es lo que vimos la semana pasada a propósito del trágico conflicto en Medio Oriente, donde destacados miembros de esa nueva izquierda (Presidente incluido), en lugar de conmoverse ante el brutal asesinato de inocentes, prefirieron guardar silencio en el mejor de los casos, o reivindicar irreflexivamente la causa con la que se habían identificado de antemano. Sin atención a las circunstancias, prisioneros de sus categorías, optaron por afirmar frases hechas, en lugar de remitir a lo que estaba realmente ocurriendo. Pasaron así por encima de sus propios principios defendidos. ¿Olvidó acaso la nueva izquierda que hay hechos para los que no valen ni los matices ni el contexto?

Pero este es solo un ejemplo. El choque con la realidad resume en alguna medida la historia de este gobierno: irreductible a las categorías con que espera transformarla, o infinitamente más compleja que las identificaciones maniqueas con que intenta clasificarla, esa realidad lo somete una y otra vez a inconsistencias, volteretas, renuncias. Porque no sabe lidiar con ella ni valorarla, porque no tiene categorías para observarla, el gobierno es incapaz de ofrecer orientación a su despliegue. Simplemente navega, intentando sortear cada nueva crisis con la apelación a posiciones ya fijadas, ciego al hecho de que solo dejará de golpearse en el suelo si está dispuesto a volverse sobre lo que tiene delante. A asumir que no está llamado a crear ni transformar la realidad, sino en primer lugar a conocerla y cuidarla.