Columna publicada el miércoles 28 de julio de 2021 por el Diario Financiero.

Con el paso de los días ha ido decantando un diagnóstico preliminar sobre las elecciones del domingo 18 de julio. Se constata el anhelo de cambios y la cuestión generacional, patentes en Boric y Sichel, pero también en quienes acudieron a sufragar: según la plataforma “Decide Chile”, los votantes de 50 años aumentaron significativamente. Y se constata, asimismo, el declive de los partidos tradicionales: perdieron la UDI, RN y el PC; ganaron un independiente y el Frente Amplio.

Sin pretender negar la (indiscutible) relevancia de esos factores, quisiera subrayar tres lecciones adicionales que nos dejan estos comicios. La primera consiste en el arraigo de la institución presidencial. La masiva asistencia a las urnas confirma —una vez más— que para los chilenos es fundamental quién sea el portador de la piocha de O’Higgins. El antecedente importa no sólo por las elecciones de fin de año, sino también por la Convención Constitucional.

En efecto, ¿podrían los convencionales, llamados a disminuir la distancia entre política y sociedad, ignorar dicho arraigo al pensar el régimen de gobierno? ¿Conviene acaso sustraer del voto popular la elección del gobernante? Porque esto es lo que implican las opciones parlamentarias o semipresidenciales: entregar esa decisión y, más aún, el protagonismo de nuestra vida pública, al Congreso Nacional. Justo lo contrario de lo que recomienda una reciente encuesta de Criteria y La Tercera: para un 43% de los consultados la figura central del sistema debe ser, precisamente, el Presidente de la República (versus un 26% favorable a que sea el parlamento). Guste o no, las primarias sugieren lo mismo: la tradición presidencial sigue vigente.

Relacionado con lo anterior, una segunda lección a destacar, y que parece haber influido en ambos polos, fue el respeto (o su falta) a algunas formalidades básicas; a la dignidad del cargo. Así, pese a que hay bastante sintonía programática entre Gabriel Boric y Daniel Jadue, sus diferencias de estilo fueron elocuentes. Mientras Boric mostraba disposición al diálogo —habrá que ver en qué se traduce—, Jadue casi se jactaba del maltrato a la prensa y a sus adversarios, que terminaron siendo todos aquellos que no militan en el PC.

Por su parte, Sebastián Sichel, sin ser descollante, exhibió cierto aplomo e impronta para el cargo. Visto en retrospectiva, ni los pendrives, ni los drones ni el TikTok de Lavín fueron énfasis adecuados. No se trata de que esta haya sido la variable decisiva (dar la primaria por ganada fue un error), ni tampoco se trata de ser excesivamente graves (el humor es clave para la política). Pero, al igual que la mujer del César, quien aspira a calzarse la banda presidencial tiene que comportarse como tal. En especial cuando todo indica que la ciudadanía aspira a cambios profundos, pero articulados de forma institucional.

Por último, una tercera lección es que la mentalidad de largo plazo tiene consecuencias. Hoy Sichel y Boric son los vencedores, pero antes ambos —cada uno a su modo: más individual el primero y más colectivo el segundo— debieron perder elecciones, enemistarse con sus cercanos, construir y reconstruir grupos de confianza, etc. Aunque el escenario es incierto y ellos deberán mostrar mucho más si quieren convertirse en Presidente, hace pocos años nadie habría apostado que jugarían esta final: el trabajo y la perseverancia rinden frutos. Sobre todo para quienes abrazan otras visiones políticas, el fenómeno da para pensar.