Columna publicada en La Tercera, 29.10.2014

Nicolás tiene dos papás es un cuento que será distribuido en los jardines de la Junji y en los hogares del Sename, y que busca mostrar a niños pequeños que una familia homoparental es como cualquier otra. La iniciativa parece loable: ¿qué mejor que enseñar desde la más tierna infancia la importancia del respeto y tolerancia a las distintas formas de vida? ¿Cómo no complacerse de que nuestros niños superen los prejuicios que cegaban a nuestros abuelos? Por lo demás, no habría aquí ningún atentado a la libertad de enseñanza. Como se ha dicho, el derecho de los padres a educar a sus hijos no incluye el derecho a enseñar barbaridades y, así como prohibimos los colegios nacionalsocialistas, tampoco debemos permitir educar en la discriminación. La conclusión es nítida y transparente: nuestra educación debe prevenir tanto el hitlerismo como la homofobia.

Sin embargo, aunque la narrativa parece coherente, ella contiene más de una dificultad. Por de pronto, más que hacerse cargo del argumento contrario, simplemente da por resuelto el punto en disputa: ¿es cierto que cualquier duda respecto de la homoparentalidad equivale a nazismo? ¿Es verdad que cualquier desacuerdo con la agenda homosexual implica homofobia? ¿Es legítimo pretender zanjar la cuestión desde la diversidad (una agenda de adultos) antes que desde el interés de los niños? ¿Los padres no tienen nada que decir sobre los contenidos transmitidos a sus hijos? Cada una de estas preguntas tiene su legitimidad pero, en estas materias, nuestra discusión suele terminar en un festival de (des)calificativos, donde los argumentos brillan por su ausencia. La técnica empleada es de un maniqueísmo bien simple, y consiste en convertir sistemáticamente cualquier asomo de disenso en una grave falta moral. Dicho de otro modo: en estas materias no existe el error, sino solamente el mal. Así, el discurso se va envolviendo en una moralina infumable, donde no cabe ninguna discusión real: o te sometes o te callas.

Pero lo más interesante va por otro lado. La familia de Nicolás tiene una curiosa dependencia respecto de la familia burguesa-heterosexual. Tal vez sus autores no lo advirtieron, pero el relato trata de convencernos de que la familia de Nicolás está hecha a imagen y semejanza de la familia tradicional. Como lo ha notado Manent, la lucha por la diversidad, al mismo tiempo que rechaza la naturaleza como negadora de libertad, asume un modelo completamente natural para justificar esa diversidad. La única razón por la que Nicolás tiene dos papás es precisamente la imitación de lo natural. Para decirlo en el lenguaje de moda, el cuento tiene un insoportable tufillo heteronormativo. En ese sentido, puede decirse que la naturaleza sigue dominando a quienes más se rebelan contra ella, pues incluso la lucha por la diversidad le rinde los honores debidos. Si Foucault esperaba que el discurso homosexual mostrara que hay vida más allá de la naturaleza, los papás de Nicolás -quizás sin darse cuenta- quedan encerrados en ella.