Columna publicada el lunes 23 de octubre de 2023 por El Mercurio.

¿Cómo puede alguien estar destruyendo su propia ciudad, sus supermercados, sus propios medios de transporte? Esta es una de las preguntas que muchos planteaban durante el estallido social. Cuatro años más tarde, en un deteriorado país, la pregunta sigue siendo pertinente. Había quienes abrazaban la simple justificación revolucionaria, la idea de una violencia destinada a parir un Chile mejor. Eso indudablemente animaba a algunos. Pero no sería raro que parte de la violencia tuviera un origen distinto, que emergiera de una pasión autodestructiva.

Esta no es la explicación más usual, por supuesto, pues no hay nadie que reivindique tal pasión como su causa. Se trata, además, de una pasión difícil de comprender. ¿Qué bien busca el que actúa de modo autodestructivo? ¿Cómo puede ser que uno se dañe a sí mismo, que lo haga no por accidente, sino en alguna medida a sabiendas? Podemos tener una idea de los pasos por los que alguien comienza a autolesionarse o de los caminos por los que se hunde en una adicción, pero solo en un sentido muy limitado se trata de algo comprensible. Sin embargo, aunque en la autodestrucción se encierre cierto misterio, pensar sobre ella puede traer algo de luz sobre lo que ocurría hace cuatro años. A escala individual, después de todo, esto no es desconocido: no solo existe la destrucción de lo propio, sino incluso la de uno mismo.

Misterioso, pero es un hecho de la vida humana. No es que estemos condenados a destruirnos ni que esa tendencia predomine en la mayoría. Pero la lista de prácticas autodestructivas no es nada de pequeña y toca problemas bien centrales de nuestra sociedad, desde el aislamiento a la drogadicción. Una vez que nuestra mente se posa sobre esta realidad, parece inevitable preguntarse por su alcance político. Al fin y al cabo, como enseñaba Platón, el alma y la ciudad operan como espejo la una de la otra. ¿No hay algo de esto, guardando las proporciones y distancias, en el yihadismo? ¿No lo hubo en las políticas de retiros de los fondos de pensiones? Conscientemente en algunos casos, inconscientemente en otros, en la autodestrucción arrastramos también al resto.

Una sociedad como la nuestra está singularmente mal preparada para enfrentar ese hecho. Nuestro permisivismo tiene límites, claro está, y puede haber incluso obligación de internar a alguien con tendencias autodestructivas. Pero en el corazón de la cultura hoy dominante está la idea de que no es lícito intervenir en la vida de otros, salvo cuando dañan a terceros. No cuando se dañan a sí mismos. Suena a una regla sensata, una buena protección contra el paternalismo. La gran pregunta, desde luego, es si acaso esa visión ha incorporado de modo suficiente el peso de la tendencia autodestructiva en la vida humana. Ignorarla parece una receta para el desastre.