Columna publicada el lunes 2 de octubre de 2023 por La Segunda.

“Tal vez el camino para llegar a un acuerdo constitucional sea despejar lo valórico”, declaraba esta semana Gloria Hutt. Ese “despeje” puede ser tramposo, cuando bajo apariencia de neutralidad se aprueba en realidad una de las posiciones en contienda. Pero hay un sentido en que Hutt tiene razón. Tenemos que entender cómo llegamos aquí y de qué manera el asunto se puede abordar en términos que permitan cerrar bien el actual proceso. ¿Cómo es que una Constitución ampara, por ejemplo, que las instituciones puedan levantar objeción de conciencia? Sea que eso se mantenga, se precise o se quite, aquí hay algo a despejar.

Aunque la disputa sea profunda y amarga, los hechos son en algún sentido simples: a la aprobación del aborto en tres causales le siguió la norma de protección de conciencia que hoy seguimos disputando. Nada inusual. También a la aprobación de Roe vs. Wade le siguió una serie de iniciativas en este campo. El polo Frente Amplio/PC, en tanto, no ha perdido oportunidad para denunciar este hecho como si se tratara de una aberración, algo insólito que solo ocurre en Chile. Y como la eliminación de esta protección es parte tan central de su agenda, la actual mayoría del Consejo Constitucional ha reaccionado procurando asegurarla ya no solo la ley, sino en la Constitución.

Aunque la discusión política e intelectual ha sido intensa, es llamativo lo poco que se ha considerado lo que ocurre en otras democracias. Después de todo, la salud es un área en que la presencia del cristianismo es enorme en la mayor parte de los países occidentales. Una parte de nuestra élite parece, sin embargo, pensar que en Alemania, Australia o Estados Unidos los hospitales de inspiración religiosa son obligados a practicar abortos. Basta tener acceso a Google para constatar que no es el caso, y que su protección en este campo es compatible con distintos tipos de integración a las redes públicas de salud.

¿Existe en dichos países quienes quisieran ver a esas instituciones obligadas a practicar abortos o expulsadas del sistema? Desde luego. ¿Se trata de una materia –como todo lo que rodea al aborto– constantemente disputada? También. Pero es patentemente falso que la actual solución chilena constituya algo insólito, “feudal”, que se da solo en Chile.

El punto es crucial más allá del caso puntual del aborto y la objeción de conciencia. Porque esa retórica, –el “solo en Chile”, el tratar cuestiones bastante comunes como si fueran indignantes singularidades chilenas–  no ha sido nada único de este caso. Durante la última década fue un discurso que inflamó al país en diversos ámbitos, y aún cabe preguntarse si salimos de su embrujo. De cara a una discusión razonable, también esto es algo clave a despejar.