Columna publicada el domingo 11 de diciembre de 2022 por El Mercurio.

¿Quién es y qué piensa Gabriel Boric? La pregunta es más pertinente que nunca tras sus palabras en la inauguración al monumento de Patricio Aylwin. En efecto, en su alocución el mandatario elogió el legado político de Aylwin, el mismo que tanto había criticado en el pasado. Sería un error ver en este gesto una cuestión trivial. Después de todo, la identidad política del Frente Amplio está fundada a partir de un antagonismo radical con la Concertación y su supuesto entreguismo. Y Patricio Aylwin, sobra decirlo, es la máxima figura de los denostados 30 años.

No seré yo quien critique el cambio de opinión del Presidente. Su nuevo discurso ofrece signos notorios de un acelerado proceso de madurez política. Sin embargo, subsiste una duda. En los últimos meses, Gabriel Boric ha dedicado sus mejores esfuerzos a demoler sistemáticamente —hasta la autoflagelación— el personaje que construyó con esmero durante diez años. ¿Qué queda del joven rebelde, que prometía hacer todo de una manera distinta, y que reivindicaba el voluntarismo en política? Pues bien, el poder lo ha domesticado (y no podía ser de otro modo). La dificultad estriba en que, hasta ahora, no ha construido un personaje alternativo provisto de una mínima consistencia. Para peor, mientras no lo haga su gobierno seguirá en una especie de limbo.

Me parece que así pueden explicarse las múltiples ambigüedades de la actual administración. Cada autoridad pone el énfasis donde más le acomoda, y el mismo Presidente maneja varios discursos en función del momento y el auditorio. Aunque es innegable que el ingreso de la ministra Tohá ordenó las filas —y permitió contener una crisis mayor luego del 4 de septiembre— nada de eso es suficiente de cara a los desafíos venideros. Es un piso tan necesario como insuficiente. En rigor, el gobierno no cuenta con nada parecido a un proyecto articulado que permita ordenar la agenda y la discusión. Ninguna de las banderas enarboladas por el diputado Boric resulta útil, y nadie sabe cuáles son las banderas de reemplazo.

El Presidente intenta zafar de esta situación recurriendo una y otra vez a su talento retórico. Dicho en simple, el mandatario trata de cubrir los vacíos con frases golpeadoras y pronunciadas desde el testimonio personal. ¿Cuántas veces le hemos escuchado decir que tal situación ya no “será tolerada”, sin que esa afirmación sea seguida de acciones concretas? En política, la palabra juega un papel crucial, pero sólo si se corresponde con hechos visibles. De lo contrario, se termina gastando y abre paso a la demagogia.

El problema puede formularse como sigue. Hoy por hoy, los chilenos tienen necesidades apremiantes que afectan gravemente su vida cotidiana. En esas materias, el gobierno parece inmovilizado, como si estuviera afectado de cierta indolencia. ¿Qué se está haciendo, por ejemplo, para enfrentar la crisis migratoria? ¿Cuáles son las autoridades a cargo, las medidas a implementar, los plazos involucrados? La pregunta vale para múltiples áreas. ¿Qué plan tenemos contra la inflación? ¿En seguridad y en salud? En educación, ocurre otro tanto. Tenemos un desastre de proporciones mayúsculas, pero no se percibe que sea una prioridad efectiva. ¿Qué está haciendo el ejecutivo para ir a buscar a los niños que han abandonado el sistema escolar? ¿Cuáles son las decisiones, dónde están los actores involucrados? ¿O alguien puede suponer que el ministro Avila es la persona adecuada para enfrentar una crisis de esta magnitud? En la medida en que los chilenos no sientan que sus prioridades son también las del gobierno, su legitimidad se irá horadando cada día un poco más, y su margen de acción será cada vez más reducido.

El Presidente enfrenta entonces el desafío de lograr que su propio giro sea también el de su coalición y de su gobierno. No es tarea fácil, pues muchos dirigentes del Frente Amplio emplean una jerga interseccional que los encierra en una burbuja. Por otro lado, la (necesaria) discusión constitucional está cerca de convertirse en una especie de fetiche que bien podría terminar agravando nuestras dificultades. En ese contexto, si el mandatario no está dispuesto a ejercer su liderazgo —pagando los costos asociados— su gobierno entrará en una fase de desorden sin vuelta atrás.

“Si el futuro nos recuerda como Aylwin, Frei, Leighton, Tomic y Fuentealba, habremos cumplido nuestro cometido” dijo el Presidente hace pocos días. No es un mal objetivo, siempre y cuando se tenga claro que, en sus distintas etapas, esos dirigentes encarnaron un auténtico proyecto político, con medios y fines bien delimitados. Cada cual podrá juzgarlo más o menos adecuado, pero la vieja Falange tenía un indiscutible fondo doctrinario que le permitió ser un actor relevante durante décadas. Es precisamente aquello de lo que carece la generación de Gabriel Boric, que hasta ahora sólo ha mostrado una especie de insatisfacción de orden cultural antes que un propósito político. Si el Presidente realmente quiere que lo recordemos como a esos viejos patriarcas, es urgente que explicite en qué consiste su proyecto, si es que lo tiene.

¿Quién es y qué piensa Gabriel Boric? Desde luego, esa pregunta sólo puede responderla el mismo Presidente. No puede olvidar, eso sí, que en política el tiempo es casi todo: llegar tarde es equivalente a no llegar.