Columna publicada en la edición de julio de la revista Mensaje.

El término «neoliberal» se ha convertido en una mala palabra, un insulto. Según sea el caso, es sinónimo de egoísta, autoritario, hedonista, antidemocrático, ¡incluso fascista!, entre otras ingeniosas descripciones. La palabra, por distintas motivaciones, degeneró en un mero calificativo cuya principal función pareciera ser relacionar a un determinado sujeto con valores y actitudes que solemos denostar en público.

El problema es que, pese a que el neoliberalismo ha sido señalado como la ideología más exitosa de la historia, todavía no existen consensos más o menos establecidos sobre su significado. Mientras sus acérrimos críticos han descrito el concepto mediante el tipo de connotaciones negativas antes descritas, sus defensores lo han asemejado a un régimen utópico de libertad y libre mercado. La situación es tan insólita que ni siquiera en ciertos ámbitos científicos se utiliza el concepto con mediana rigurosidad. Como demostraron Taylor C. Boas y Jordan Gans-Morse en un estudio de literatura académica latinoamericana comparada publicado el año 20091, la mayoría de los artículos que hacen referencia al neoliberalismo no lo definen ni siquiera cuando constituye una variable clave en la investigación.

De tal forma, enfrascados en una batalla ideológica caracterizada por el uso de categorías diametralmente opuestas, el término fue permeando desde la intelectualidad hacia la población, para llegar a nuestro lenguaje cotidiano. Esto último terminó generando más perjuicios que beneficios, ya que el debate respecto a nuestros sistemas económicos y políticos se ha enturbiado a causa de descalificaciones y malentendidos derivados de la indefinición del término.

¿Qué es y cómo surge el neoliberalismo?
A estas alturas, utilizar al neoliberalismo como chivo expiatorio se ha vuelto un clásico. Si usted alguna vez se encuentra en problemas frente a un público hostil, no desestime utilizar ese concepto como el causante de alguna catástrofe. Lo más probable es que el público haga como que lo entiende.

Sin embargo, pese a todo, el concepto de neoliberalismo puede acotarse con cierta precisión y, al hacerlo, no resulta tan estrambótico ni tan omniabarcante como habitualmente se lo presenta en la discusión pública.

¿Qué es y cómo surge el neoliberalismo? En su origen, es un movimiento intelectual compuesto por diversas escuelas de pensamiento, iniciado en la década del veinte del siglo pasado, y cuyo objetivo principal fue la renovación o reactualización del pensamiento liberal.

Tanto el neoliberalismo como el posterior anti-neoliberalismo surgieron como reacción a condiciones históricas particulares. Mientras los movimientos colectivistas —que más tarde degenerarían en totalitarismos— se consolidaban a ritmo acelerado en las primeras décadas del siglo xx, el liberalismo del siglo xix perdía atractivo. Autores como Ludwig von Mises en su escrito Liberalismo (1927), Walter Eucken junto a profesores de la Universidad de Friburgo en su revista Ordo, o Walter Lippmann en su libro The Good Society, incentivaron a sus colegas a iniciar un proceso de reestructuración del pensamiento liberal. Muchos intelectuales liberales habían concluido que, debido al cambio acelerado de las sociedades, los postulados de John Locke, Adam Smith, David Hume, Lord Acton y Alexis de Tocqueville (entre otros) requerían de ajustes: el mundo se había —utilizando la terminología de Karl Polanyi— «transformado» a niveles acelerados y su doctrina debía ser reactualizada.

Con ese horizonte normativo en la mira, una serie de autores aunaron esfuerzos y generaron una estructura de colaboración intelectual y política. Sus reuniones se encarnarían (en un principio) en el Coloquio Lippmann y la Sociedad Mont Pèlerin. El objetivo era generar una masa de académicos cuya interacción y reflexión lograra crear una base teórica robusta para que ese proceso de renovación se afianzara a nivel político.

No es una rama de liberalismo

Otro error bastante común es considerar al neoliberalismo como un tipo de liberalismo. Agustín Squella (carta a El Mercurio: «El neoliberalismo no existe», diciembre de 2022), cayó en este error al decir que constituiría una «rama del liberalismo». Sin embargo, esa afirmación es muy discutible, si no se han precisado los contornos del concepto.

El movimiento que hace emerger el neoliberalismo se compuso en lo principal por tres Escuelas de liberalismo: la Escuela Austriaca de Economía, la Escuela de Friburgo y la Escuela de Economía de Chicago. Naturalmente, estas matrices de pensamiento concuerdan en temas esenciales, pero también difieren en otros de importancia. Famosas son las discrepancias entre Mises y la Escuela de Friburgo (Mises, en realidad, los consideraba socialistas), o las disputas metodológicas entre austriacos y los chicago.

Desde los presupuestos anteriores puede desprenderse que el neoliberalismo no es una doctrina unívoca (puesto que algunos de sus componentes difieren entre sí) y que tampoco es preciso describirla como una rama de liberalismo (en su interior, conviven varias tradiciones). Al final, el concepto termina siendo una especie de contenedor, creado por la fuerza de ciertas circunstancias históricas, que llevaron a estos pensadores a unificar esfuerzos por un determinado fin.

Si tuviésemos que encontrar los puntos concordantes que llevaron a estas distintas tradiciones a aliarse, podríamos identificar tres grandes aspectos. El primero es el uso de un individualismo metodológico (con diversos grados y matices) en el análisis de los problemas sociales. En términos generales, esto quiere decir que la observación de la sociedad comienza desde su primer componente: el individuo. El segundo es la trascendencia que atribuyen al mercado (bajo su concepción específica de constituir un espacio en el cual puede desplegarse libremente la acción humana). Y, por último, el consenso, contra lo que suele creerse, en que el Estado debe ser fuerte, jugando un rol importante, pero sin obstruir la libertad personal de los individuos.

No es perverso ni malvado per se

Como sugerimos al inicio, en la discusión pública se suele relacionar al neoliberalismo con una imagen marcada por privilegios injustos, pobreza y desigualdad. A su vez, el contorno de esa imagen se rige por un eslogan: en un modelo neoliberal, las acciones de los ricos estarían pre-determinadas y protegidas por la estructura normativa del sistema. Eso les permitiría hacerse cada vez más ricos, mientras, al mismo tiempo, hacer a los pobres más pobres.

En resumen: Estado bueno, mercado malo.

Ahora bien, lo esperable si se desea realizar este tipo de acusaciones es esgrimir las cifras y fundamentos normativos capaces de otorgar plausibilidad al argumento. No obstante, el problema de la crítica antineoliberal ha sido que, enfocándose en su archirrival normativo (que es una especie de libertarianismo de nula aplicación práctica), ha olvidado centrarse en la realidad efectiva de lo que pretende analizar. En otras palabras, critica a un falso neoliberalismo más parecido al Estado mínimo formulado por Robert Nozick o a una especie de anarcocapitalismo rothbariano.

El asunto es que ninguno de los autores neoliberales considera a priori que la acción del Estado es indeseable. Al contrario, la mayoría reivindica su rol de regulador y muchos además defendieron grandes subsidios e intervenciones estatales en áreas importantes para el desarrollo de la personalidad. Friedrich A. Hayek, por ejemplo, manifestó en reiteradas ocasiones que asegurar una renta garantizada universal para que nadie cayera bajo cierto nivel de pobreza era un imperativo en las sociedades que contasen con los medios. Los ordo, por otro lado, contemplaban una gran batería redistributiva para financiar lo que hoy se llamarían «derechos sociales». Y los chicago desarrollaron diversas políticas públicas para financiar vouchers a la demanda (no a la oferta, como en Chile) para que las personas pudiesen escoger dónde atenderse u estudiar. Además, basta comprobar, por otro lado, que casi todos los países del mundo han aumentado sistemáticamente el tamaño de sus aparatos estatales. Chile, por ejemplo —considerado por algunos como la Norcorea del neoliberalism —, es el país con más ministerios entre aquellos países que integran la ocde (con 24), donde entre 2007 y 2017 se crearon 28 nuevas instituciones públicas. La misma ocde estimó que nuestro país posee un stock por sobre 250.000 leyes y normas regulatorias.

Teniendo en vista lo anterior, conviene empezar a delimitar los conceptos para lograr un consenso acerca de lo que estamos hablando. De lo contrario, seguiremos estancados, desperdiciando nuestros esfuerzos más vigorosos y alimentando un debate estéril. Al final, es como reconoció Perry Anderson (uno de los estudiosos más importantes en esta discusión): parece que la crítica al neoliberalismo no termina de concordar con la realidad.

 

1 Taylor C. Boas y Jordan Gans-Morse (2009), «Neoliberalism: From New Liberal Philosophy to Anti-Liberal Slogan», Studies in Comparative International Development, núm. 44: 137-161.