Columna publicada el 19 de junio de 2023 en La Segunda.

La Moneda ha tenido varias semanas para el olvido, pero la que ayer concluyó quizá sea la peor. Entre las polémicas que rodearon la salida del exsubsecretario Araos, la insólita negativa a la feria del libro de Frankfurt, la curiosa complacencia ante las dramáticas cifras del Simce y la triste anécdota del “Glory of the Source” de Cancillería, los errores se acumulan a un ritmo vertiginoso. Así, a nadie debería sorprender la nueva caída del presidente Boric según Cadem (su desaprobación ahí alcanzó el 65%). Son dificultades de distinto nivel y entidad, pero que reflejan, básicamente, un gobierno a los tumbos.

O, si queremos ser más precisos, un gobierno que padece un profundo y tal vez irreversible proceso de deslegitimación. Aunque esta es una mala noticia para el país —quedan casi tres años de mandato—, me temo que ahí reside el mayor problema del oficialismo. Se trata de una alianza política crecientemente deslegitimada, y no por azar. La explicación requiere un breve rodeo.

Una primera fuente de legitimación de la nueva izquierda era su pretendida pureza generacional. Pero esa narrativa, si alguna vez tuvo asidero, definitivamente quedó atrás. No sólo porque ya es parte de la elite política, al punto que conduce los destinos de Chile hace más de un año. Ocurre que, además, las filas oficialistas exhiben el mismo tipo de irregularidades —para usar un lenguaje benevolente— que antes condenaban con tono inquisidor. Sin ir más lejos, estos días se destaparon dos casos de esta índole, uno vinculado a un exseremi que firmó un millonario convenio que involucra a la pareja de la diputada Pérez (RD), y otro relacionado con una funcionaria del Ministerio de las Culturas que al parecer fungía en paralelo como activista de una toma. La creencia de encarnar una “escala de valores” diferente hoy resulta tragicómica.

Otra fuente de legitimación del mundo del Frente Amplio remitía a una supuesta superioridad democrática respecto de la generación de la transición, a la que se acusó de renuncias, claudicaciones y tantas otras cosas. Pero luego de atar sus destinos a la fallida Convención —intervencionismo electoral mediante—, y de consolidar su nexo con el octubrismo en el imaginario colectivo a través de los malogrados indultos presidenciales, esta cancha se volvió muy hostil para La Moneda. Hoy ni las grandes mayorías ni las dirigencias políticas aceptan tal superioridad.

Al gobierno, entonces, sólo le resta legitimarse por los resultados. En simple: mostrar pericia, oficio y experiencia. Gestionar con eficacia la seguridad, la economía y los demás problemas públicos. Encarnar la vilipendiada “mera administración”. Pero a la luz de la última semana —y del último año—, nada más lejano de la realidad.