Columna publicada el 12 de junio de 2023 en La Segunda

“El compromiso de mi gobierno, sobre todas las cosas, es sentar las bases para el establecimiento de un Estado de bienestar y cuidado”. Esta fue quizá la principal promesa del presidente Boric en el marco de su cuenta pública; promesa que ya esbozó en la campaña presidencial y en entrevistas posteriores. El problema, sin embargo, es que en el intertanto ha corrido mucha, demasiada agua bajo los puentes.

Lo primero y lo más obvio: mientras el mandatario habla de esa manera tan ambiciosa y grandilocuente, el país sufre una grave escasez de camas críticas pediátricas en medio de una circulación inédita de virus sincicial, y el Ministerio de Salud ofrece un triste espectáculo al respecto. Considerando que en estos días el Minsal ha hecho gala de la falta de anticipación, las descoordinaciones y las rencillas internas, rara vez se ha visto un desacople tan marcado entre los anhelos de “bienestar y cuidados” y la realidad que experimenta la población en su vida cotidiana.

Pero aquí asoma el segundo problema: la generación que hoy conduce los destinos del país cree fervorosamente, casi religiosamente deberíamos decir, que las mejoras en la vida de las personas son fruto de transformaciones tan abstractas como enigmáticas. “Sepultar al neoliberalismo” y ensoñaciones de esa índole. Lo volvió a confesar el presidente Boric —ni más ni menos que el jefe de gobierno y de Estado a cargo de un país golpeado por múltiples crisis— el sábado ante su partido, Convergencia Social: no aspiran a la “mera administración”. No están para nimiedades, le faltó agregar.

Tal vez esta sicología política, por llamarla de alguna manera, ayude a entender la insólita inmunidad de la nueva izquierda a las preguntas más elementales. ¿Cómo viabilizar transformaciones en un cuadro de minoría política y social? ¿Cómo darles sustento técnico? ¿Cómo hacerse cargo con seriedad y rigor de lo que hoy, “mientras tanto”, demanda nuestra sociedad? ¿Cómo desconocer que dichas ensoñaciones han sido rechazadas categóricamente por el pueblo chileno en las urnas no una, sino que dos veces en menos de un año? Y así.

Si esas interrogantes son ignoradas, a nadie debería sorprender que hasta ahora el “Estado de bienestar y cuidados” sea igualmente un eslogan, una mera consigna sin mayor concreción ni viabilidad. Como bien explican Guillermo Pérez y Asunción Poblete en el reciente documento del IES titulado “¿Un Estado de bienestar para Chile?”, tomarse en serio esta agenda supone atender al envejecimiento de la población, al mercado laboral, a la configuración familiar, a la migración, a las capacidades del Estado y a muchas otras variables. Mirar y conocer al país real. Quien menosprecie la “mera administración” difícilmente podrá comprenderlo.