Columna publicada el domingo 15 de enero de 2023 por La Tercera.

¿Cómo luce un triunfo político en democracia? Curiosamente, no como ganar un campeonato de fútbol. Las elecciones, que se parecen al fútbol, son en realidad una preparación del tablero de juego. Pero ellas nunca aseguran que el ganador podrá llevar adelante su agenda, que es lo que verdaderamente constituye un triunfo. Desplegar con éxito un programa político requiere destreza comunicacional, capacidad técnica, gran autocrítica, prudencia en las decisiones y apoyo popular. Es decir, un vínculo reflexivo con la realidad que se pretende intervenir.

Por lo mismo, ganar es peligroso cuando se hace con promesas vacías o con diagnósticos equivocados. Más todavía cuando no se cuenta con la capacidad de corregir el rumbo a tiempo. Un mal diseño político suele terminar con quien conquista el poder cediendo ante las tesis políticas del adversario. Esto, porque si la propuesta del gobierno se muestra a todas luces equivocada, ganará tracción la propuesta adversaria. Este hecho deja en evidencia la importancia central que tienen en política la elaboración intelectual y la reflexión: un mejor diagnóstico aparejado a mejores propuestas generalmente terminará por abrirse camino por sí solo, aunque sea resistido en un inicio.

Ahora bien, nunca hay más oportunidades de lograr triunfos políticos como cuando el adversario se encuentra en el poder y sus propias malas decisiones y diagnósticos lo han debilitado. Se gana doblemente cuando se logra que el adversario acepte como propia la agenda que en un principio rechazaba. No sólo tendrá él que pagar los costos de implementación, sino que la agenda logrará avanzar sin oposición. El caso de la ley que permite el resguardo militar de infraestructura crítica, aprobada esta semana en el Senado, es de manual. En vez de la lloradera previsible que se generaría si un proyecto así lo impulsara un gobierno de derecha, la propuesta tuvo un solo voto en contra en la Cámara Alta, y para mayor regodeo de la oposición fue el propio gobierno el que incluyó en el proyecto la posibilidad de que los militares resguarden las fronteras.

Este tipo de fenómenos, además, genera efectos ideológicos dentro del grupo gobernante, más allá del oportunismo del momento. Al aceptar las tesis del adversario como mejor ajustadas a las necesidades del país, la pregunta por las razones de esa superioridad tiene efectos sistémicos en el punto de vista del grupo que las acepta. No sale gratis, ni se puede simplemente borrar con el codo. Por lo mismo, la ultraizquierda se ha mostrado desesperada durante estos días: ya que tienen una visión dogmática, antidemocrática y de amigos y enemigos de la política, preferirían no estar en el poder antes que abrirse a modificar sus postulados. Si la realidad no les agacha el moño, peor para la realidad.

Pero no sólo la ultraizquierda está desesperada. Los sectores extremos de la derecha también, pues insisten en presentar el juego democrático como “cocina” o “traición”. Su propuesta, ante la debilidad del gobierno, es patearlo en el suelo en vez de convencerlo de abrazar soluciones que no eran parte de su catálogo político. Esto ocurre, al parecer, porque al igual que sus gemelos opuestos parecen carecer de una agenda constructiva. Su negocio es agudizar el descontento y la frustración, y tratar de usarlo como escalera para llegar al poder. Sin embargo, si lograran su objetivo, se verían probablemente en una situación igual o peor que la del gobierno actual. El poder rara vez perdona a los charlatanes.