Columna publicada el domingo 30 de octubre de 2022 por La Tercera.

En un aparente lapsus, la referente intelectual del Frente Amplio, Mariana Mazzucato, habló del interés mundial que produce Chile como “un experimento muy importante para matar al neoliberalismo”. Más allá de las explicaciones que dio la académica en su acontecida visita a nuestro país, la verdad es que, aunque la frase cause indignación, ya estamos acostumbrados a esta idea. No es la primera vez que la escuchamos y sabemos que inspira la acción de varios intelectuales y políticos. Es la fuerte tendencia de tantos a echar a andar procesos desde arriba sin consideraciones sobre la sucia realidad; a iniciar caminos una y otra vez sin terminar los antiguos; o a desandar lo avanzado porque encontramos una nueva fórmula. Ejemplos tenemos muchos, pero el último lo vimos esta semana con la noticia de que el gobierno pondrá fin al programa de Liceos Bicentenario. Fuera de las precisiones que se hicieron ante la ola de críticas generada por el anuncio, y de la válida discusión que podamos tener sobre el funcionamiento del proyecto, lo relevante reside en la justificación central entregada por el Ministro de Educación, Marco Antonio Ávila. Se trata de ponerse al nivel de las tendencias internacionales en la materia, donde la denostada selección está siendo reemplazada por la añorada inclusión. Como el objetivo es estar a tono con los tiempos, habrá que empezar a deshacer lo realizado. Selección suena demasiado a neoliberalismo.

La noticia del Ejecutivo aparece en medio de una severa crisis educativa sobre la cual el ministerio, en cambio, casi no se pronuncia. La crisis se manifiesta en preocupantes atrasos vinculados al impacto de la pandemia, en el estado de precariedad de parte importante de las escuelas públicas y en la brutal violencia que azota al mundo estudiantil secundario. Allí también alguna vez las autoridades quisieron ponerse a la vanguardia, eliminando la selección de los cuestionados liceos emblemáticos. Los inspiraban motivos ideológicos quizás legítimos, pero no hubo preocupación alguna en medir el papel cumplido por esos espacios (como la posibilidad de diversificar elites tan cerradas como las nuestras). Por lo demás, al fin de esa selección no la siguió una puesta al día con los tiempos, sino un total estado de abandono. Hoy, ya nadie quiere ser parte de esa inclusión. Inquieta entonces ver cómo reaparece el experimento: esa lógica abstracta tan dominante en nuestro país, indiferente a la realidad en que se aplica. Porque tanto en el caso de los liceos emblemáticos como de los Bicentenario, no se pone simplemente fin a una idea, sino a iniciativas que están lejos de poder ser reducidas al fracaso. Como reconoció en su momento el propio presidente Gabriel Boric, en el segundo caso hemos asistido a beneficios para personas concretas, a tal punto que levantó a uno de ellos como ejemplo exitoso para replicar en el resto de Chile. ¿Cuál será el destino de esas comunidades a las que retirarán el apoyo? ¿Qué pasará con las promesas adquiridas con las familias involucradas en esos proyectos? ¿Seguiremos aumentando sin más la frustración ciudadana?

El gobierno parece olvidar que nuestros problemas no solo se resuelven pensando en qué modelos seguir, sino también analizando las implicancias de las acciones concretas del Estado sobre la vida social. De no emprender ese aprendizaje, no sabrán ofrecer mucho más que desmontaje, la verdadera cara de la experimentación dicha a su pesar por Mazzucato. Tal aprendizaje depende sin embargo de estar dispuestos a aceptar, en alguna medida, una realidad que hasta ahora solo les interesa transformar. Lidiar con ella es sin duda menos épico, pero es también garantía de una acción política más justa.