Columna publicada el domingo 23 de enero de 2022 por El Mercurio.

“Para nosotros, es más natural una alianza con el PC que irnos con la ex-Concertación”. La frase fue pronunciada por Giorgio Jackson en diciembre de 2020, y él mismo la explicaba del modo siguiente: “Es muy difícil para nuestra base entender que dichos partidos que administraron el poder durante la mayoría de los últimos 30 años puedan ser quienes interpreten el reclamo de los 30 años”.

Las cosas, desde luego, han cambiado, y hoy toca la cruda tarea de administrar el poder. Desde allí, los 30 años adquieren mejor aspecto, y eso explica que hayan sido convocados al equipo algunos ilustres de la transición. Mario Marcel, sin ir más lejos, fue investigador de Cieplan en los 80, ejerció diversas responsabilidades desde Aylwin en adelante y fue uno de los creadores de la regla del superávit fiscal, especie de summum del supuesto neoliberalismo de la Concertación. Marcel es seriedad, rigor técnico y responsabilidad fiscal, además de pocas palabras para la galería —todo aquello que Boric no pudo encontrar en ningún economista de Apruebo Dignidad.

Surge, entonces, una pregunta: ¿cómo es posible que la transición y su técnica hayan sido tan estruendosamente rehabilitadas el viernes por la mañana? Desde luego, hay una dimensión táctica ineludible. Un año atrás, el Frente Amplio (FA) todavía no forjaba una identidad propia; hoy corresponde construir mayorías. En ese sentido, el giro del Presidente electo entre las dos vueltas no debe ser leído como puro oportunismo: el hombre supo leer el escenario y también supo advertir que gobernar es más complejo de lo que parece desde la retórica asambleísta. Por lo demás, no será el primer —ni el último— político que cambie de perspectiva una vez que alcanza la primera magistratura.

Como fuere, hay que medir bien la enorme ambición de Boric: su proyecto consiste, ni más ni menos, en unir a las izquierdas, marginando al centro. Si se quiere, es la lección que se sigue de la Nueva Mayoría: aliada con la DC, la izquierda está constantemente impedida de llegar al final del camino. En cualquier caso, nada de esto resuelve el problema discursivo de fondo. Mal que mal, el FA ha labrado toda su legitimidad desde la crítica implacable a sus predecesores —Jackson lo admitía al aludir a la incomprensión de las bases si había alianza con la ex-Concertación—. No es fácil volver a coser ese hilo. De hecho, en su origen, la fisura de la Concertación también arranca de acá: el desfase entre el discurso y la realidad, desfase que se convirtió en grieta, y grieta que la generación de Boric explotó sin misericordia hasta el 21 de noviembre pasado. Además, la Concertación siempre tuvo un agente externo al que culpar —la derecha, los enclaves autoritarios, el binominal—, mientras que el escenario de este gobierno es inverso. No habrá excusa alguna para las restricciones, que deberán ser asumidas en cuanto tales.

Llegados a este punto, vale la pena detenerse en las dificultades que enfrenta el diseño de Boric, que es tan inteligente como arriesgado. Por de pronto, hay una primera pregunta en torno al grado de adhesión del mundo de Mario Marcel al programa: ¿está dispuesto el nuevo ministro a impulsar una reforma tributaria agresiva, un impuesto a los más ricos y condonar el CAE? Su primera declaración pública deja más de una duda al respecto. Una segunda dificultad guarda relación con el orden público y, la verdad sea dicha, no es seguro que este gabinete cuente con las herramientas para enfrentarlo. Gabriel Boric no debería olvidar que no hay agenda social viable si los chilenos no tienen un mínimo de seguridad, y en La Araucanía esa condición está lejos de cumplirse. Por otro lado, debe mencionarse que, si bien el equipo ministerial es atractivo, no hay en él demasiado oficio político. La tarea de unir a las izquierdas en un relato y una operación comunes requiere políticos profesionales, y este gabinete los mira con cierta distancia (su equipo político, por mencionar un ejemplo, tiene un diseño parecido al de Piñera: prima la confianza personal). Tampoco queda claro cómo se obtendrá el apoyo de la DC en el Congreso, indispensable en la construcción de cualquier mayoría.

Con todo, la principal dificultad de Boric pasará, paradójicamente, por la Convención Constitucional. Dicho órgano está dominado por grupos de izquierda más o menos intransigentes, que no renuncian a la ilusión de estirar nuestro octubre hasta el infinito. Este es un factor que el Presidente electo no maneja, o al menos no completamente, pero es evidente que una Constitución con aires refundacionales muy marcados no le ayuda en su proyecto. Mal que mal, su gobierno girará en torno a la discusión constitucional: primer año de plebiscito y luego, de ganar el Apruebo, implementación del nuevo texto. Los más escépticos siempre podrán argüir que este es un gabinete de espera, mientras la Convención trabaja, y que más adelante vendrá la etapa más radicalizada. La tesis no puede descartarse del todo, más aún considerando que el PC sigue jugando un papel, pero no es seguro que a Boric le acomode una disyuntiva de ese tipo. Después de todo, necesita cierta estabilidad y crecimiento para impulsar los cambios que ha prometido. La difícil tarea consiste, entonces, en reconciliar también a la Convención con los 30 años. No será fácil.