Columna publicada el 08.04.18 en La Tercera.

Las críticas del profesor Hugo Herrera a algunos think tanks vinculados a la derecha que considera partisanos, interesados y propagandísticos, y a quienes acusa de despolitizar al gobierno, han generado un debate desordenado dentro del sector.

Recuerdan ellas el famoso pasaje de “El Capital” en que Marx las emprende contra la decadencia intelectual de la economía burguesa: “Ya no se trataba de si este o aquel teorema era verdadero, sino de si al capital le resultaba cómodo o incómodo (…) los espadachines a sueldo sustituyeron la investigación desinteresada, y la mala conciencia y bajas intenciones de la apologética ocuparon el sitial de la investigación científica”. Sin embargo, la aproximación de Herrera no está exenta de problemas.

El reconocido académico pone como referente de evaluación de la labor de estas instituciones a las universidades, lo que resulta problemático en varios niveles.

Primero, porque, a diferencia de las universidades, los think tanks son instituciones organizadas en torno a causas y objetivos más bien específicos, algunos muy alejados de la academia.
Luego, lo correcto es comparar centros de pensamiento con centros de pensamiento, y no con universidades, salvo en el caso de las llamadas “universidades sin alumnos”.

Segundo, dado el carácter altamente heterogéneo de instituciones tipo think tank, llevar adelante dicha comparación supone primero establecer una taxonomía que evite mezclar peras con manzanas: no es lo mismo, por ejemplo, una institución dedicada abiertamente a una causa partidista, al activismo o al lobby (llamadas a veces fight tanks), que una dedicada al diseño de políticas públicas o a la investigación.

Herrera las pone a todas en el mismo nivel y luego las clasifica entre serias y poco serias, cuando no tienen la misma naturaleza.

Considerando esto, la crítica del profesor se restringe a:
1) Una objeción a que los activistas de los fight tanks usen el título de “investigadores”, dado que no investigan.

2) Un reproche moral a quienes financian estos espacios, por no orientarlos hacia la reflexión autónoma y a mejorar el nivel del debate público. Ambos puntos merecen atención.
Por último, en cuanto al hecho de que el gobierno ha decidido, como plantea correctamente Hugo Herrera, centrarse en un discurso moral o económico, prescindiendo de una visión política, ¿por qué culpar a los fight tanks en vez de al gobierno?

Y, por lo demás, ¿se solucionaría ese déficit si Sebastián Piñera convocara en su ayuda exclusivamente a genuinos académicos universitarios? Nada lo indica.

Para otra ocasión quedará comparar las ventajas y desventajas entre los think tanks tipo “universidades sin alumnos”, y la tecnificada, burocratizada, profesionalizada y masificada universidad actual y sus dinámicas, que lejos están de los “templos del saber” disfrutados por los intelectuales que el profesor Herrera admira.

¿Podrían Kant, Bello y Góngora haber prosperado bajo las reglas de la academia actual? El diagnóstico es reservado.