Columna publicada el sábado 4 de diciembre de 2021 por La Tercera.

Gabriel Boric es el líder político más importante de mi generación, y está por sobre todos los liderazgos de la generación perdida de la Concertación. Por eso hoy los viejos le entregan, con más o menos entusiasmo, la batuta. Y los Elizaldes, Provostes y demases le agachan servilmente el moño. Unos ya terminan de marchitarse, los otros nunca florecieron. La pista está despejada.

Liderar humanos es como arriar gatos. Parece (y es) castigo griego. El cinismo y carácter tiránico de tantos políticos viene de ahí. Muchos querrían vengarse de sus votantes. Boric no es el caso: ha logrado movilizar, con infinita paciencia y recibiendo varias puñaladas arteras, a casi todo el izquierdismo criollo. En el camino ha cometido errores graves (como reunirse con un criminal prófugo por asesinar a un senador, defender por años la tiranía chavista o despreciar el mundo rural y el militar), y ha sido también inconsecuente (ejemplo: el show de los retiros). Pero sus puntos altos son sólidos. Entre ellos brilla el acuerdo del 15 de noviembre, que firmó sabiendo que la mitad de su coalición y todo el Partido Comunista pedirían su cabeza. “Sangre por sangre” decían los listos del pueblo.

Hoy todos los ultrones y rifleros que llevan meses celebrando, legitimando o ignorando el violentismo octubrista, así como el terrorismo etnonacionalista mapuche, se amontonan detrás de Boric. Esta vez no para apuñalarlo, sino para disfrazarse de él (que los deja). Y tienen la desfachatez de exigir la rendición del voto adversario en nombre de la democracia, los derechos humanos y la civilización.

Al frente, la derecha ha terminado arrimada a una candidatura llena de cegueras y miserias, pero que tiene un mensaje verdadero y claro: la izquierda no es moral, intelectual ni políticamente superior. No constituye una aristocracia del espíritu: sus filas alojan harto pirata, violentista y mediocre. Sus buenas intenciones han creado reiteradamente infiernos en el mundo. Su buenismo progre, en el que se solazan, tiene numerosas víctimas, que ignoran. Y la democracia les gusta hasta que pierden: no toleran la diferencia ni el disenso. Si Sichel, que resultó maridaje de Piñera y Golborne, hubiera pasado a segunda vuelta, hoy toda la izquierda que celebra sus “condiciones” lo trataría, por lo bajo, como a otro Pinochet, tal como hicieron con Piñera.

El meteórico crecimiento de Kast -un político serio que lleva tanto como Boric armando con paciencia su liderazgo y sufriendo golpes e insultos- es, en gran medida, el producto de la arrogancia y autoritarismo de la propia izquierda. El grito de las miles de víctimas de la bondad fingida del progresismo. La herida abierta de los que han padecido la humillación de los símbolos patrios, la destrucción de sus bienes, y la petulancia facciosa de Bassa, Stingo, Loncón y otros que abusan de la convención mientras piden “cuidarla”. Y Boric, si de verdad aspira a ser presidente de todos los chilenos, debe escuchar esas voces y observar esas heridas, en vez de unirse al coro de hipócritas. Quien gane la presidencial sólo podrá avanzar si logra aprender de su adversario y forjar acuerdos que rompan el empate a muerte. Sino, la demagogia piramidal lo hará.