Columna publicada el jueves 25 de noviembre de 2021 por CNN Chile.

Fue un momento incómodo. Tocaba La sonora de Tommy Rey, cuando Gabriel Boric apareció como una sombra por detrás del escenario y obligó a detener la fiesta. Aunque, a decir verdad, había poco que celebrar. Mientras, Beatriz Sánchez y Pali García se esforzaban por animar un ambiente más bien tibio, incluso amargo. Todos parecían sorprendidos. Al mismo tiempo que entraba la miríada de autoridades y rostros del Frente Amplio al escenario, Giorgio Jackson, el hombre fuerte de la campaña, le dio un pronunciado abrazo de ánimo, de fuerzas, frente a un resultado que no terminaba de cuajar en las huestes del candidato. Así, Boric comenzó su discurso a regañadientes, uno que probablemente nunca imaginó que daría en esas circunstancias.

Con un tono de voz que coincide poco con aquel candidato arreglado, de barba delineada y anteojos que vimos en los debates. Incluso se le vio un poco descompensado en medio del shock, sin haber procesado todavía lo ocurrido. Así, Boric se enfrentó a su gente. “Quiero contagiarlos de energía y de esperanza”, dijo con voz angosta, refutando con su tono lo que decía con sus palabras. Se trató, digámoslo, de un Gabriel pocas veces visto, que a ratos pareció olvidar que todo el país lo seguía en vivo, minutos después de la aburrida pero precisa intervención de José Antonio Kast.

Aplausos tibios.

Contrario a lo que se hubiera esperado por los resultados, Boric se orientó hacia su piño. Le habló a los convencidos, como confirmando por qué no aumentó con claridad sus votos desde la primaria hasta ahora. Cuando tenía que abrirse hacia el centro, reforzó las hipótesis de quienes ya están con él, parándose como el demócrata que irá a cada instancia a poner en evidencia a Kast. Y sin embargo al mismo tiempo intentó hablar de Gladys Marín, de Allende, de Parisi y de seguridad, incorporando los conceptos que ha dejado fuera, cuya ausencia, creo, explica cómo le fue. Todo esto hizo ver por momentos su discurso como un pastiche desordenado, como sucedió al abordar el tema de orden público.

Es que el candidato del Frente Amplio apostó por una cruzada en que “la esperanza le gane al miedo”. Y vencer ese temor que recorre muchos lugares, que asola territorios importantes del país requiere más que buenas intenciones y palabras grandilocuentes. Es mucho más que voluntad: no basta afirmarlo en el discurso, sino que exige confirmar que en la práctica esas demandas están en su proyecto. Pero es difícil porque hasta ahora no existían. ¿Cómo incorporar esa promesa en un programa débil en materia de seguridad? ¿Basta insistir en la refundación de Carabineros para entregar certezas a tantos chilenos y chilenas que padecen la violencia callejera de cada viernes? ¿Cómo convencer a la ciudadanía de que esta vez la promesa es en serio, que ya no se moverá en la ambigüedad e incluso indulgencia que ha expresado frente a la violencia? Todas son preguntas centrales para la campaña presidencial, y en ellas su contendor Kast se ha visto fuerte. Por cierto, el candidato del Frente Social Cristiano muestra ripios en esta agenda, pero al menos cuenta con un discurso más o menos articulado al respecto. No sabemos si los cambios y anuncios en el equipo Boric alcanzarán para volver creíble su agenda en este tema, dados los años de relaciones tensas entre el FA y la violencia.

El magallánico hizo gestos variados y uno concitó bastante atención. Llamó a sus partidarios a ser más humildes y receptivos. A no caer en “ningún ninguneo”, en el desprecio y la provocación. En simultáneo, llovían los fachopobreos en redes sociales, los “que se acabe Chile”, las “ganas de cambiar este país culiao” [sic]. Supongo, por la cara de perplejidad que compartían los dirigentes presentes en la tarima, que nadie pensó por un segundo que quedar debajo del candidato de derecha era una posibilidad real. Es la arrogancia de quien cree ser un nuevo comienzo de la historia. Y, como decía Noam Titelman, acaso uno de los observadores más lúcidos del devenir frenteamplista, no basta declarar humildad, “sino que hay que abrirse seriamente a escuchar a los votantes y las señales que han dado sobre lo que esperan del próximo gobierno”.

A Boric le gusta citar una frase que Albert Camus, gran escritor francés, incluyó en el prólogo de su selección de artículos en la revista Combat. La versión del magallánico reza así: “…la duda debe seguir a la convicción como una sombra”. Pero se trata de una interpretación incompleta del original. La cita completa de Camus dice así: “Este libro, dice, permanecerá fiel a una experiencia, que fue la de muchos franceses y europeos, no negando nada de lo que se pensó y vivió en esa época, confesando la duda y la certeza y manifestando el error que, en política, acompaña a la convicción como una sombra. Mientras haya un ser que acepte la verdad por lo que es y como es, habrá lugar para la esperanza”.

Esto es más que una simple anécdota. La cita completa nos abre preguntas profundas e inquietantes para el proyecto que lidera Boric. ¿Hay espacio en el Frente Amplio para esa duda? ¿Hay margen para admitir, no solo a nivel retórico, su profundo error? ¿Sabrán aceptar que octubre nunca les perteneció, que el anhelo refundacional solo existe en algunas cabezas afiebradas? ¿Puede el FA ofrecer un camino de cambios con estabilidad si se mantiene en el derrotero actual?

Salir a buscar más de 20 puntos porcentuales requerirá de una flexibilidad que los propios aliados de Boric no están dispuestos a conceder. Al revés, pareciera que solo logran profundizar su desconexión. De hecho, le cortan las alas al mejor Boric, el que participó en las mesas de diálogo al inicio del gobierno de Piñera, o el que firmó el acuerdo de noviembre a título personal. La carrera no está definida, pero hasta ahora se les escapa de entre los dedos el tesoro más importante para un político en el Chile actual: la posibilidad de conducir la anunciada pulsión de cambio, esa mayoría electoral que no coincide con nuestros esquemas ideológicos, que ha votado una y otra vez por los candidatos que encarnen una esperanza de renovación. Paradójicamente, esa promesa puede terminar siendo más creíble en José Antonio Kast que en el exdirigente estudiantil.