Columna publicada en diario La Segunda, 21.12.13

 

Sebastián Piñera ha sido un Presidente de la República muy curioso y, con el tiempo, es probable que crezca el interés por él como personaje. Pasó de ser temido por su capacidad intelectual, a ser objeto de burla por su escasa inteligencia emocional y múltiples errores comunicacionales, para terminar imbuido, como por milagro, de algo de porte republicano.

Entre las rarezas del Presidente la que más destaca es su capacidad para procesar enormes cantidades de información, abarcando todas las tareas de Gobierno. El lado negativo de esta cuasi omnisciencia es que, especialmente durante los primeros años de su mandato, colonizó en exceso el espacio propio de los ministros, exponiéndose así a los golpes que en otras circunstancias absorberían los “fusibles” de cada ramo. No es casualidad que su gabinete, en la mayor parte de los casos, haya tenido excelentes evaluaciones en las encuestas, en desmedro de la evaluación presidencial.

El caso de Michelle Bachelet es inverso: durante su gobierno, ella nunca intervino mucho (por no decir casi nada). Así, cubierta de popularidad, logró asumir la posición del soberano, cuya función es representar la unidad de la nación, dejando las labores de gobierno a los ministros, que recibieron todos los golpes políticos. La única intervención riesgosa que asumió Bachelet fue en 2006, momento en que, en medio de la revolución pingüina, realizó una cadena nacional. Dado lo excepcional de su aparición, tuvo el efecto esperado, a diferencia del bochornoso GANE expuesto por Piñera.

La pregunta que surge con el segundo triunfo de Bachelet es si buscará nuevamente operar como una especie de emperatriz de Japón en el sillón presidencial. Esa estrategia exige un equipo ministerial de alta calificación técnica y coordinación interna en los puestos clave. Sólo así ella puede aportar la cercanía popular, mientras sus ministros marcan la hoja de ruta y reciben, si es necesario, los abucheos del público.

El problema es que la táctica del bacheletismo de culpar a los ministros técnicos y blindar al Presidente funciona hasta que se quiebra el cántaro: así, el discurso demagógico anti-tecnocracia ganó un gran terreno gracias a la propia ex Presidenta. Este factor, de hecho, le permitió volver a La Moneda argumentando que, en realidad, ella no había querido hacer muchas de las cosas que su gobierno hizo. La pregunta, entonces, es si la Presidenta elegida armará de nuevo un gabinete de confianza técnica al que pueda culpar de todo o bien uno que genere confianza en los indignados, pero que la vuelva plenamente responsable de los malos resultados. Por eso hay expectación, especialmente respecto al poderoso cargo de ministro de Hacienda, que históricamente ha sido ocupado por profesionales de alta calificación.

Si Bachelet opta por un gabinete a la medida de los grupos de presión, no tendrá excusas frente a la opinión pública: ella recibirá los golpes. Si opta por un equipo de alta calificación técnica, el tufillo instaurado por la retórica de los cambios radicales que ha usado desaparecerá.

Junto a esta interrogante, surge la pregunta por el origen de los ministros, sean del perfil que sean: ¿Intentará dar un nuevo golpe a los partidos como buscó con Expansiva en su momento, o desde un comienzo usará los equipos de gobierno partidarios? ¿Será Espacio Público un nuevo Expansiva?