Carta publicada el jueves 30 de septiembre de 2021 por El Mercurio.

Señor Director:

Fernando Claro sugiere en carta publicada ayer que, ante las dudas respecto del estatuto moral del no nacido, lo recomendable sería aprobar el aborto. Ya que no podemos ponernos de acuerdo, nos dice Claro, entonces dejemos que cada cual haga lo que desee.

No resulta difícil advertir el escollo del argumento. Bajo esa lógica, por mencionar un ejemplo significativo, habría sido imposible abolir la esclavitud. Supongo que el argumento de Fernando Claro habría sido: no tengas esclavos si crees que tienen dignidad, pero no intentes imponer tu verdad a quienes discrepamos. En rigor, el debate público se vuelve inviable si seguimos su consejo. La discusión supone defender posiciones que se consideran mejores o peores, promover o rechazar cursos de acción y explicitar los argumentos que fundamentan cada postura —como hiciera Lincoln—.

En el caso concreto que motiva esta polémica, si hay duda razonable sobre la dignidad del no nacido, corresponde protegerlo en lugar de atentar contra su vida. Hay algunos dilemas morales que no admiten la neutralidad, y el aborto es uno de ellos. Defender la primacía absoluta de los deseos individuales —si acaso existe, el neoliberalismo consiste en aquello— puede ser lícito, pero no nos exime del deber de responder quiénes merecen ser considerados individuos titulares de derechos. Muy por el contrario, nos obliga a justificar cualquier exclusión de un grupo determinado de la comunidad humana.