Columna publicada el martes 26 de octubre por La Tercera.

Los “frustrados ensueños jacobinos” de los profetas del 18-O, denunciados lúcidamente por Cristián Warnken, relegaron a un segundo plano el revelador discurso de apertura de Jaime Bassa, en el inicio del debate de fondo de la Convención. “Somos el fin de una historia de despojos; despojo de los bienes comunes, pero también de la capacidad de imaginación política”, fueron parte de sus palabras. La consigna es superar -a como dé lugar- los bullados 30 años y empujar un “camino de transformación”, donde la nueva Carta sería “el hito fundacional de una nueva institucionalidad”.

No es seguro, sin embargo, que Bassa comprenda las enormes dificultades que supone tal empresa. Los problemas comienzan con su estrecha mirada de nuestra trayectoria reciente: cualesquiera sean las deudas del Chile de la transición, ni a Patricio Aylwin ni a su generación les faltó “imaginación política”. ¿O acaso ellos no dibujaron un horizonte político eficaz a partir de las muy difíciles circunstancias que vivían? Dicha generación consiguió la proeza de articular un tránsito pacífico de la dictadura a la democracia, alabado en el mundo entero.

Como todo proceso de esta índole tuvo defectos, pero se trató de una creación política apoyada sistemáticamente en las urnas -por las personas de carne y hueso-, desde el triunfo del “No” hasta la elección del sucesor de Aylwin. Es tal el ánimo de ruptura de Bassa que no parece dispuesto a concederle nada al pasado a la hora de pensar en el mañana: si nuestra historia es una “de despojos”, entonces el futuro sería necesariamente radiante. Curioso maniqueísmo progresista aplicado a la discusión constitucional.

Todo esto revela, además, una escasa preocupación por incluir a los adversarios: en su retórica no hay rastros de “la casa de todas y todos”. ¿Qué tipo de proyección tendría un texto que recoge las banderas de un solo sector? ¿Cuál será su duración probable si ex ante renuncia a ser un terreno compartido? ¿Qué futuro gozaría la imposición de una mayoría pasajera? ¿No repetiríamos errores del pasado, solo que con otro color político? Nótese la paradoja: antes, lejos del poder, criticar los vetos y el atrincheramiento; ahora, con el poder en las manos, buscar elevar todas y cada una de las banderas propias al rango constitucional. ¿Qué pasó con la agencia política del pueblo? ¿Dónde quedó el amplio margen para la política democrática?

Con todo, hay algo en lo que Bassa y su entorno han demostrado una imaginación sin parangón: creer que este proceso, ambiguo e indeterminado, les pertenece. Para advertir su error (¿un despotismo latente?) basta recordar los aniversarios de ayer, día en que se cumplió un año del triunfo del Apruebo y un bienio de la “marcha más grande de Chile”. Ninguno tenía dueño, y haberlo olvidado quizá explica el severo extravío de cierta izquierda. El péndulo puede volver más rápido de lo imaginado.