Columna publicada el lunes 5 de julio de 2021 por La Segunda.

La sesión inaugural de la Convención confirmó el enorme desafío de la centroderecha. No sólo enfrenta una correlación de fuerzas hostil. Además, ayer vimos a convencionales de la “Lista del Pueblo” y “Apruebo Dignidad” decididos a tensionar al máximo la institucionalidad o simplemente extralimitarse en sus funciones (si no hubiera sido por Carmen Gloria Valladares, quizá qué habría ocurrido). No sirve de mucho, sin embargo, llorar sobre la leche derramada. Este panorama adverso es un dato de la causa y, por tanto, la pregunta es qué harán los convencionales de Evopoli, RN y la UDI.

Una alternativa poco fructífera sería desgastarse en recriminaciones internas: es sabido que en este sector hay diversas miradas sobre cómo llegamos a este escenario. Para unos la mayor responsabilidad reside en la impericia de La Moneda, para otros en el supuesto entreguismo de quienes votaron Apruebo, y para otros tantos en la imprevisión de quienes terminaron identificando a la derecha con el Rechazo (pese a que todos sus presidenciables apoyaron el cambio constitucional). Desde luego, la autocrítica es indispensable y Chile Vamos tendrá que hacer el inventario —se dilapidó una votación histórica—, pero esa no es la principal tarea de sus convencionales.

Otra opción que tampoco resulta demasiado auspiciosa es jugársela por una puesta en escena puramente testimonial. “Morir con las botas puestas”, sugieren algunos. Es indudable que hay bienes valiosos ante cuya defensa no cabe claudicar, comenzando por la vigencia del Estado de derecho. Sin embargo, la interrogante central es cuál es el mejor camino, dadas las circunstancias actuales, para ser eficaz en dicha defensa. Después de todo, ya no basta con oponerse a tal o cual agenda, incluso si hay motivos fundados para hacerlo. El único modo de influir en los destinos de la Convención será sumar (y sumarse) a otros mundos.

Tal influencia dependerá de la persuasión, el “trabajo prelegislativo”, la capacidad de adelantarse a ciertos debates, la audacia para alterar o instalar escenarios; en fin, de su habilidad para hacer política. En una Convención más fragmentada de lo que parece, 37 votos pueden marcar una diferencia en determinados momentos. ¿Qué hubiera pasado, por ejemplo, si los convencionales de centroderecha hubieran preparado ex ante una estrategia audaz para la segunda votación del vicepresidente?

“Otra cosa es con guitarra”, suele replicarse ante este tipo de análisis. Pero fue ni más ni menos que Jaime Guzmán el que instaló a Gabriel Valdés en la testera del Senado. RN tiene una trayectoria aún más pragmática. Y así. La derecha no tiene por qué ser una mera espectadora del proceso, el punto es que debe jugar un partido distinto al de las últimas décadas. ¿Podrá?