Columna publicada el sábado 19 de junio de 2021 por La Tercera.

El programa presidencial de Daniel Jadue despeja toda duda respecto al supuesto cambio comunista. Es el mismo guion de siempre: comprar la libertad de las personas con dinero devaluado. Primero se interviene el Banco Central para empezar los ofertones de inflación de los sueldos, luego se fijan los precios cuando comienzan a reflejar la inflación, después se intervienen las empresas que se niegan a vender su producto por debajo de los precios de mercado y, finalmente, el Estado se adueña de servicios y bienes fundamentales, cuyo acceso intercambia a las personas por votos y sometimiento. La pulpería comunista.

Lo objetivamente peligroso de este proyecto es una mala noticia para el proceso de renovación de la centroderecha. Permitirá a la ortodoxia Chicago-gremialista apelar a la unidad anticomunista, desdeñando el impulso revisionista, como si la crisis moral y política en la que estamos fuera un mero discurso. Así, posturas de más de lo mismo, como las del rostro económico de Joaquín Lavín, Tomás Flores de Libertad y Desarrollo, buscarán pasar coladas.

Sin embargo, esta maniobra es la que podría condenar a la centroderecha: si bien los comunistas no han cambiado, el votante promedio sí lo ha hecho. La clase media está reventada. Necesitamos una visión nueva del desarrollo, con una perspectiva integral de los bienes humanos y que ponga a la familia en el centro.

Dada la desconfianza general, la construcción programática es clave. Debe reflejar el cambio político, no sólo declararlo. Esto no significa venderse a la frivolidad progresista ni perder la identidad, sino construir algo nuevo a partir de ella. Si el mejor momento de la derecha nació de su compromiso con los pobres, hoy debe ampliarse a la clase media y otros sectores vulnerables.

La centroderecha necesita un programa mínimo, firmado por todos los presidenciables, que se oriente sin ambigüedades a trabajar junto con los sectores democráticos de la oposición en la construcción de un Estado social subsidiario. El gran compromiso de los próximos años es sentar las bases para un país donde nadie sea, al mismo tiempo, demasiado pobre para el mercado y demasiado rico para el Estado. Eso significa convertir la clase media en lugar deseable de llegada y no mero espacio de tránsito.

Modernizar el Estado, potenciar la sociedad civil e introducir mayor competencia y justicia en los mercados son los tres movimientos fundamentales para conseguir ese objetivo. Aterrizarlos en políticas públicas concretas y pragmáticas, de aplicación incremental e impacto medible debe ser el compromiso del sector, sin miedo a ampliar la caja de herramientas. Contra cierta izquierda demagógica, que hace pasar la improvisación como señal de convicción, el desafío es poner la técnica al servicio de los intereses de los trabajadores.

Es con este mismo programa de transformación responsable que los candidatos al Congreso -cuya selección debe ser sin amiguismo ni nepotismo- podrán salir a conquistar votos. Esta no debe ser una campaña basada en el miedo, sino en una esperanza madura, a la altura de familias de clase media que tienen mucho que perder, pero necesitan nuevas seguridades para lograr cumplir bien sus funciones sin naufragar.