Columna publicada el sábado 5 de junio de 2021 por La Tercera.

La lección cristiana más difícil es que la grandeza temporal suele ser vana. Desde la altura de la cruz, Alejandro Magno, Julio César o Napoleón se ven pequeñísimos. La Guerra del Pacífico, en nuestro caso, avergüenza más de lo que exalta. Prat fue toda Esparta, es cierto, pero el saqueo de Lima fue toda Sodoma y Gomorra. El despojo y la sangre ajena, además, ceban: ahí están la “pacificación” de la Araucanía y nuestra horrorosa guerra civil. Y luego la maldición de lo quitado.

En Chile hoy existe la intuición de todo esto. Estamos cansados y enojados con el poder y sus símbolos. Consumimos su “historia secreta”: la mirada de sus víctimas, y nos identificamos con ellas. Se busca la parte limpia, el resto inocente desde el cual rehabilitar nuestra vida en común. Abajo los partidos, los poderosos y las élites. Arriba el pueblo joven, independiente e impoluto.

Pero esta búsqueda del remanso puro es pura ilusión que alimenta el abuso. Ya nadie mata en occidente en nombre del poder y la gloria. Hemos disfrazado de santos a los viejos dioses de la guerra. Somos injustos en nombre de la democracia, la justicia y los derechos humanos. Nuestros verdugos visten siempre de víctima, muchos lo han sido, y hemos olvidado que existen las pasiones tristes.

La verdad, contra la ilusión, es que no hay política de sucios y de puros, vieja o nueva. Existen la política del poder y la política terapéutica. Los dos amores de Agustín. La política basada en el deseo de dominación, y la política cuyo objetivo es sanarnos en conjunto de ese deseo. Ninguna opción se asocia a un bando, una edad o una clase social. Son formas de pensar y hacer política, no posiciones.

Las últimas semanas han sido un festín de política del poder. De electoralismo faccioso sobre el bien común. El senador Latorre diciéndole a allegados y campamentos que se esperen hasta que cambie la constitución y gobiernen ellos (y el diputado Winter defendiéndolo con referencias a la versión anterior del proyecto rechazado). El Presidente Piñera tirándole la cadena a todo con tal de rasparse un espacio en los textos escolares. La UDI amenazando, en respuesta, con no aprobar los recursos para las familias necesitadas. Atria, pillado y arrogante, acusando “asesinato de imagen” por haberse vendido a Boliden contra las víctimas de Arica. Jadue alegando que los alcaldes habían armado el acuerdo de noviembre que él, en su momento, combatió. Suma y sigue.

Pero también hay acción terapéutica. Están Pizarro en La Pintana, Vodanovic en Maipú, Castro en Renca o Gárate en Puerto Varas, exigiendo ser evaluados no por ganar, sino por su aporte al bienestar de todos. Y, especialmente, está la batalla de Gustavo Toro, en medio de amenazas de muerte y con el Frente Amplio protegiendo a Aguilera, por la alcaldía de San Ramón. Una lucha desde abajo, por la dignidad de la política y de los habitantes de la comuna. Lucha contra narcos que, mientras arriba se baila el pasito identitario, corrompen urnas y votantes, y que son la cara final del poder total: los pequeños reinos sin justicia de las bandas de ladrones. Y ahí está Toro, haciendo brillar una ciudadanía que no es de Esparta, sino de un Reino que no aparece en los mapas.