Columna publicada el sábado 22 de mayo de 2021 por La Tercera.

Es un lugar común decir que los primeros cristianos eran pobres y mujeres. Hoy suena virtuoso, pero para los romanos que lo inventaron era un insulto, sinónimo de debilidad mental y poca educación. Sin embargo, la realidad histórica es otra: la mayoría de esos cristianos eran personas libres de pequeño patrimonio, parte de una nueva clase media comercial nacida de la pax imperial. A ellos se sumaban mujeres de clase alta, en una época de mayores libertades públicas, pero de igual sujeción doméstica. Se trataba, así, de personas cuya situación social había mejorado, pero sin espacio en el viejo orden.

¿Por qué no eran más agradecidos del Imperio y sus tradiciones? Porque la posición alcanzada les permitía ver que eran invisibles para el sistema que los había elevado. Vivían en un intersticio incómodo. Era una posición mejor, pero sin dignidad. El cristianismo, en cambio, los hacía ciudadanos de un Reino mayor al imperial, y en igualdad de condiciones. Era -y es- un horizonte de dignidad plena.

Hoy, que cunde el miedo apanicado en las elites de derecha, hace bien volver a esta historia. ¿Cuántas veces no reprodujimos el gesto despectivo de los patricios romanos frente a la nueva clase media y sus anhelos de dignidad? ¿Con cuánta seriedad nos hemos tomado el malestar de familias que claman hace una década que no pueden más, que las deudas las tienen reventadas, que sienten que no hay escapatoria, y que no tienen cómo hacerse cargo de sus adultos mayores mal jubilados?

¿Es racional creer que para salir de esta situación tenemos que repetir más fuerte los mismos dogmas libertarios apolillados que sabotearon desde adentro el proyecto de clase media protegida, pilar del triunfo el 2017? ¿El estallido se explica acaso porque una masa de febles mentales y maleducados le creyó el cuento a la izquierda, y bastaría encandilarlos con otro cuento? ¿Los abusos, colusiones y zonas de sacrificio son inventos de la izquierda? El clasismo mal disimulado, la lucha de clases desde arriba y la amnesia selectiva son el peor engendro del miedo oligárquico. El “tupido velo” de José Donoso.

Para recuperarse, la derecha debe producir una propuesta mejor que la de izquierda para cerrar la brecha entre estructura institucional y estructura social, convirtiendo la clase media en un lugar de llegada deseable y no en un mal espacio de tránsito. Para eso debe comenzar por mirar y sentir con ella. Desde la galería se nota la necesidad de apretar la cancha VIP. El desafío presidencial y constitucional es el mismo: defender una perspectiva subsidiaria de los derechos sociales.

El programa, en suma, es expandir los brazos tanto del Estado como del mercado, para que nadie sea demasiado rico para el primero y a la vez demasiado pobre para el segundo. Podemos partir, siguiendo la lección pandémica, por un sistema universal de salud, que integre de manera virtuosa los sectores público y privado, respetando la naturaleza de cada uno. Podemos seguir con un sistema previsional de reparto para la cuarta edad. Hace años promovemos estas y otras ideas desde el IES, pero los que hoy alegan falta de programa les corrían el tupido velo. Ahora el telón de la realidad les cayó encima a ellos.