Columna publicada el martes 16 de febrero de 2021 por La Tercera.

En su lúcido libro “La tiranía del mérito”, Michael Sandel señala que es un error limitarse solo a denostar la “protesta populista” global. Si Donald Trump fue electo Presidente, sugiere Sandel, fue porque “supo explotar un abundante manantial de ansiedades, frustraciones y agravios legítimos” que no recibieron una respuesta oportuna. Se trata de un fenómeno complejo e integrado por múltiples aristas. En nuestro país, por ejemplo, la legitimación de la violencia callejera y el persistente descontrol del orden público pueden servir como caldo de cultivo para ese tipo de liderazgos.

En efecto, ya sea por la romantización de la revuelta, por las denuncias de violaciones a los DD.HH. desde octubre de 2019, por la (indudable) crisis de Carabineros o por cualquier otro motivo, lo cierto es que las fuerzas políticas tradicionales no han logrado generar cambios sustantivos ni perceptibles en este ámbito. Entre los jaleos recíprocos del gobierno y la oposición, y los insólitos llamados a “quemarlo todo” de la izquierda metafórica, los avances son muy pocos. Es verdad que el vandalismo ya no muestra ni la intensidad ni la frecuencia previa al acuerdo de noviembre, pero también es evidente que estamos lejos de alcanzar la tranquilidad pública. Basta reparar en la brutal destrucción que siguió a los trágicos hechos de Panguipulli.

Guste o no, el escenario resulta propicio para que líderes más o menos disruptivos se aprovechen de esta situación. Ante la sistemática ineficacia en asegurar dosis mínimas de paz social, es probable que el electorado busque otras alternativas. Desde luego, esto parece inverosímil a quienes legitiman la violencia desde la comodidad de su Instagram y sin sufrir sus consecuencias, pero me temo que la realidad del Chile profundo es ligeramente diferente. Sin ir más lejos, hace un par de días me sorprendió ver que un profesor del colegio donde estudié, ubicado en pleno centro de Santiago, instaba por Twitter a lanzar “maíz para las gallinas de las fuerzas de orden”. Esta sería una simple anécdota anacrónica o de mal gusto, si no fuera porque se trata de una persona que subraya en sus redes sociales que “la educación es un derecho universal”, criticando el “fin de lucrar” con ella, y otras ideas que no son precisamente de derecha.

La ciudadanía no siempre responde a nuestros esquemas ni reacciona como esperamos. Sería una curiosa y triste paradoja que la crisis terminara siendo aprovechada por liderazgos de tinte autoritario o en extremo facilistas en materia de orden público. Sin embargo, hacia allá puede estar dirigiéndonos la ineficacia del sistema político. Como nota Sandel, la élite suele alarmarse, pero “no admite su papel como causante del resentimiento que desembocó en la reacción populista”. ¿Confirmará Chile esta aseveración?