Carta publicada el domingo 24 de enero de 2021 por El Mercurio.

Señor director,
Cada viernes, con una regularidad suspendida solo por la pandemia, en el centro de Santiago aparece una fiesta de violencia, un ritual permanente ya casi sin sentido. Son nuestros viernes vacíos: no hay una agenda política ni demandas, solo enfrentamientos y la autorreferencia de la manifestación. Sabemos que la democracia excluye la violencia, y sin embargo, persiste sin que las instituciones puedan detenerla.

Es urgente restaurar el orden público. Como bien han reconocido diversos expertos, esta agenda supone trabajar en mayor especialización de las policías, la coordinación entre éstas y la autoridad política, así como legitimar el orden público, una tarea tan fundamental como olvidada. Sin embargo, toda agenda de orden público caerá en un saco roto si no atendemos la raíz del problema. Se trata de un nihilismo profundo, una desafección de lo social, que termina por desestructurar la convivencia. La ausencia de sentido compartido, por mínimo que sea, hace tremendamente difícil el consenso que sustenta a las instituciones.

De cara al proceso constituyente, rehabilitar la casa común excede a la redacción de una nueva constitución. Esta es sólo un instrumento para ayudarnos a solucionar algunos problemas sociales. Por esto, debemos abordar seriamente las carencias de nuestro tejido social: familia, asociaciones intermedias, gremios, iglesias. Esto no es solo lirismo bienintencionado. Puede que, más bien, sea el único remedio a una sociedad fragmentada, el único sentido posible a un verdadero pacto social.