Columna publicada en Pulso, 06.06.2014

gente5Durante los primeros años del gobierno de Piñera, la opinión pública se abocó a criticar la falta de relato de aquel mandato. Quien tomó esa interpelación como un desafío fue el entonces ministro Hinzpeter, quien intentó acuñar el concepto de la “nueva derecha” (que pasó con más pena que gloria). La incapacidad de asumir que las mejoras en gestión o las estadísticas no generan, por sí solas, algo así como un “relato” fue, sin duda, uno de sus grandes errores. Esto se debe a una reducción de lo político a la administración empresarial, lo cual no basta para gobernar. Si no hay una narrativa atrayente en la hoja de ruta o un liderazgo que permita capear las dificultades intrínsecas al ejercicio del poder, difícilmente se podrá encontrar un relato que genere la estabilidad suficiente para hacer política a largo plazo.

La visión empresarial que tuvieron los laboristas ingleses es el escenario que rodea al libro “La gran sociedad”, recientemente publicado en español. En él, analizando el momento poco auspicioso de la comunidad británica, Jesse Norman parte de la siguiente premisa: nos hemos acostumbrado a pensar que las soluciones a los problemas de la sociedad actual solo pueden venir del Estado o del mercado. Esa idea, que ha traído nefastas consecuencias para Inglaterra, está cimentada en dos errores fundamentales. Por un lado, la idea según la cual no hay nada entre las personas y el Estado y, por tanto, los problemas que aquellas no puedan resolver deben ser solucionados por el Estado. Por otro, la idea de que los individuos que interactúan en el mercado poseen información perfecta, estímulos meramente económicos y responden a un balance idóneo entre oferta-demanda y costos-beneficios. La política, por tanto, se reduce a una continua pugna entre agrandar el Estado al máximo o reducirlo al mínimo para dejar actuar al mercado, puesto que todo se solucionaría con la mejor versión de cada una de estas instituciones. Pero Norman nos recuerda que el escenario en que nos desenvolvemos tiene aristas que lo vuelven harto más complejo y que lo humano no admite respuestas mágicas: las personas, al tiempo que esperan soluciones del aparato estatal y comercian en el mercado, tienen afectos, intereses y vínculos que no se dejan reducir ni en lo económico ni en lo estatal.

La publicación en español de “La gran sociedad” plantea, por tanto, un desafío necesario: repensar la relación entre las personas y el Estado. Aunque sea un libro que trata esencialmente sobre política inglesa, los principios que guían la reflexión de Norman pueden resultar muy útiles para nuestra situación. Como bien apuntó Max Colodro en el lanzamiento del texto, es complejo hablar de una “ciudadanía empoderada” cuando su máximo logro ha sido dejar en manos del Estado toda responsabilidad para solucionar los problemas que los chilenos tenemos en términos de trabajo, delincuencia, pobreza, marginalidad, familias disfuncionales, contaminación medioambiental o, sobre todo, educación y alfabetización.

Abogar por una gran sociedad implica necesariamente pensar en las personas como individuos que pueden asociarse para conseguir sus objetivos, capaces de ser originales y proactivos en la consecución de sus fines y, sobre todo, que están dispuestos a aportar positivamente en los ambientes en los cuales se desenvuelven. El enemigo de la gran sociedad no es solo un Estado que se inmiscuye en todos los entresijos de la vida privada de sus ciudadanos, sino también pensar que toda interacción de nuestra sociedad puede reducirse a puras decisiones o incentivos económicos. Pensar, por ejemplo, que toda filantropía esconde un cálculo económico -como si los bomberos cumplieran con su labor para alcanzar bienestar personal- es reducir al hombre a su capacidad de responder a estímulos o castigos.

En su libro, Norman habla de la necesidad de buscar una “sociedad conectada”, pero no lo dice pensando en una red de buses conectada a internet, sino en un contexto que permita y haga posible que las personas afiancen sus vínculos entre ellas y, al mismo tiempo, con las instituciones que han creado y que, en definitiva, les dan sentido a sus vidas. “En una sociedad, los individuos son socios, socii en latín, que pertenecen y se reconocen entre sí como pertenecientes, reconocimiento que crea un grado de mutuo respeto y de obligación entre ellos”. En vez de pensarnos como seres que toman decisiones en un escenario aséptico, “La gran sociedad” nos recuerda cuánto vale la pena esa sociedad civil enérgica y con iniciativa. Si efectivamente creemos en la cantinela de una ciudadanía empoderada, lo primero que debemos promover son las expresiones genuinas de ese grupo humano: no su expresión en “la calle”, sino en su organización más básica. La junta de vecinos, el negocio local, el club deportivo de barrio, sirven no como un bálsamo para la nostalgia, sino para rescatar una política donde las soluciones estén lo más cerca posible de los problemas.

Si “La gran sociedad” sirve como guía para pensarnos, quizá la próxima vez que un parlamentario critique la Teletón no se pensará en cuánto debería invertir el Estado para cumplir con esas tareas. Nos daremos cuenta de cómo una sociedad civil fuerte y organizada promueve iniciativas que, con hechos concretos, reflejan un interés de las personas por sus conciudadanos.