Columna publicada el lunes 14 de septiembre de 2020 por La Segunda.

¿Qué hará la derecha después del plebiscito? La pregunta se instaló definitivamente en el oficialismo luego de la súbita irrupción de Pablo Longueira. Más allá de sus arrebatos y de la singular estrategia que propone el dirigente gremialista, conviene destacar ese énfasis en el futuro, por varios motivos.

En primer lugar, la disputa electoral por los escaños del órgano constituyente se pronostica auspiciosa para Chile Vamos. Es un secreto a voces que la aparente unidad de la oposición en torno al apruebo finalizará el 25 de octubre. Todo indica que las izquierdas tendrán severas dificultades para coordinar sus listas de candidatos a convencionales, al punto que podrían dividirse en cuatro o cinco facciones. La coalición gobernante depende de sí misma para aprovechar este escenario.

El panorama descrito se relaciona con el fondo del asunto. La derecha tiene todo a su favor para consolidar una mirada programática común en esta esfera. Liberales, conservadores, nacionales y socialcristianos comparten un puñado de principios significativos acerca del rol del Estado y las libertades básicas, relevantes para el debate constitucional (basta recordar la unidad en materia de objeción de conciencia institucional). La oposición, en cambio, agrupa varios proyectos ideológicos difícilmente compatibles entre sí. Entre los constitucionalistas de la DC, los intelectuales del Frente Amplio y las apuestas del comunismo las discrepancias son visibles.

Naturalmente, el oficialismo ya debiera comenzar a facilitar esa unidad latente. Ciertas agendas son responsabilidad exclusiva de los dirigentes partidarios —es tiempo de acabar con las reyerta de poca monta—, pero otras suponen escuchar activamente a la academia y la sociedad civil afín al sector. Si algo quedó claro con este gobierno, es que la falta de articulación en el plano de los diagnósticos e ideas tiene consecuencias.

En ese sentido, antes que buscar un listado detallado de mínimos comunes, el primer desafío es generar una visión de conjunto sobre las posibilidades y límites del cambio a la Constitución. Hay que revisar con espíritu crítico la práctica constitucional de las últimas décadas; hay que insistir en el propósito central de una carta fundamental —organizar y distribuir el poder estatal—; hay que subrayar, por tanto, las reformas al sistema político; y en fin, hay que levantar un planteamiento coherente (sobrio) acerca del catálogo de derechos, en particular sobre derechos sociales. Aquí la experiencia alemana ofrece un norte.

Esa visión de conjunto no es trivial: de ella derivan narrativas y objetivos políticos compartidos. Sin esto, de poco le servirá a la derecha la oportunidad electoral que —vaya paradoja— se abrirá al día siguiente del plebiscito.