Carta publicada el domingo 3 de mayo de 2020 por La Tercera

¿Qué ocurrirá con el plebiscito inicialmente previsto para el domingo 26 de abril? La pregunta no necesariamente deriva de una aproximación crítica al acuerdo político de noviembre. En rigor, los primeros interesados en sopesar el complejo escenario que enfrenta el itinerario pactado debieran ser los partidarios del cambio constitucional.

Por un lado, nada indica que la pandemia vaya a desaparecer de nuestro horizonte en el corto plazo. En los últimos días se ha observado un aumento en el número de contagiados y, de seguir así las cosas, será inevitable preguntarse por la viabilidad de efectuar el plebiscito en octubre. 

Por otro lado, el diálogo sobre una nueva postergación ciertamente resultará ingrato, pues polariza la agenda pública cuando más se requiere unidad de acción en la lucha contra la crisis sanitaria y sus diversas repercusiones. Pero por la polémica que genera la cuestión constitucional, así como por su indudable relevancia, conviene enfrentar todo esto con la necesaria anticipación. Hay margen de tiempo, pero no demasiado. Las campañas comenzarían a fines de agosto, por lo que cualquier modificación debe definirse entre junio y julio. Y ya estamos en mayo: según reza el anglicismo, Winter is coming.  

Este difícil panorama exige generosidad, sentido republicano e imaginación política, y no sólo por el alto grado de consensos que supone cualquier cambio al cronograma constituyente (se trata de una reforma constitucional sujeta a cuórum de 2/3). Así como algunos partidarios del “rechazo” se equivocan al asumir que la pandemia sepultará los debates que legó la crisis de octubre –el rol del Estado y la protección social serán más disputados que nunca–, aquellos que impulsan el “apruebo” deben reflexionar si lo más favorable a sus propósitos es atrincherarse en una fecha determinada. La votación y la legitimidad consiguiente podrían ser bajísimas, y quién sabe cuál sería el dictamen del pueblo en estas enrarecidas circunstancias.