Columna publicada el 02.12.19 en The Clinic.

La ministra de Educación, Marcela Cubillos, anunció la semana pasada un proyecto de ley que buscará sancionar el adoctrinamiento político en los colegios y jardines infantiles, lo que generó una airada respuesta por parte de miembros de la oposición. El diputado Gabriel Boric, por ejemplo, emplazó a la secretaria de Estado y le preguntó si el proyecto incluiría también el adoctrinamiento religioso, crítica a la que se sumaron otras voces del Frente Amplio y el Partido Comunista. El proyecto, sin embargo, es acotado: no responde a la existencia de interpretaciones divergentes sobre episodios históricos complejos o sobre la transmisión de distintas visiones de mundo, sino a una treintena de denuncias que habrían llegado al Mineduc desde el estallido de la actual crisis. Algunas de esas denuncias incluyen videos de niños muy pequeños repitiendo a gritos “¡Renuncia Piñera!” o coreando “El pueblo unido jamás será vencido”.

Más allá de la polémica suscitada, este episodio refleja dos problemas principales. ¿De verdad que los diputados del FA no ven inconveniente alguno en que niños pequeños confiados a establecimientos del Estado repitan, azuzados por sus profesores, “el que no salta es paco” como si fuera una enseñanza inocua? En la misma línea, e independiente de las críticas que pueda merecer la gestión del presidente, ¿realmente no consideran inapropiado el grito de “Piñera, cobarde, tus manos tienen sangre” o la petición de renuncia, todo esto gritado por escolares dentro de sus salas de clases? ¿Están los padres de acuerdo con que a sus hijos se les enseñen esas frases en el colegio? ¿Está considerado dentro del plan educativo de dichas instituciones, o es una escapada de tarros de unos pocos docentes? ¿No debiera haber también allí una preocupación de los diputados mencionados? Si vemos en la actual crisis dificultades en las formas de ejercer la autoridad y un déficit de nuestro sistema político, no podemos evadir episodios de esta envergadura y preferir, en cambio, un enfrentamiento con la ministra de turno (por insuficiente y tosca que haya sido su estrategia). Además, que la sala de clases se transforme en un centro de consignas debiera despertar una preocupación transversal: los cánticos y eslóganes no se dirigen solo al gobierno de turno, sino a instituciones que los distintos poderes del Estado debieran cuidar y respaldar.

El segundo problema es quizá más profundo, y refleja el modo en que se ha enfrentado el debate educacional en las últimas décadas. Al comparar la denuncia de la ministra con la enseñanza religiosa, los diputados de oposición equiparan cualquier proyecto educativo con adoctrinamiento. No cabe duda de que todo proceso de formación tiene ese riesgo, pero, ¿no es una equivalencia demasiado rápida? ¿No hay posibilidad, acaso, de que educar sea una labor de transmisión de una cierta visión de mundo sin que ello implique esa grave acusación? Todo proceso de enseñanza busca transmitir algo: sea una habilidad, como la lectura o las operaciones aritméticas, o un conocimiento particular, como la historia. Esas enseñanzas, a su vez, están cruzadas con una visión específica del mundo, donde lo que se comprende como bueno o malo resulta fundamental. En todo este proceso, el juicio que se hace de la historia nacional, de un canon literario o de las instituciones que componen una sociedad es muy relevante, y todo esto está lejos de ser neutral. Es importante, por lo tanto, saber desde y hacia dónde se está educando, pues en ello se juega, realmente, el futuro de nuestra sociedad. ¿Dónde está el límite, para los parlamentarios que critican a la ministra, entre educación y adoctrinamiento? Es poco lo que se ha dicho al respecto, ya que la discusión sobre educación se ha mantenido a nivel de estructuras y financiamiento, y pocas veces se llega a conversar acerca de lo que sucede en la sala de clases. Por último, el desprecio con que parece observarse la educación religiosa desconoce, por un lado, el rol que han jugado las iglesias en la historia de Chile como sostenedoras de instituciones de distinto tipo, como también el lugar que ocupa el cristianismo entre las fuentes intelectuales de occidente.

La educación ha estado desde hace muchos años en el centro del debate político, y todo indica que seguirá estando en ese lugar. Esperemos que las discusiones sobre el sistema que queremos abandonen las consignas gritadas al son del adoctrinamiento y vaya, ahora sí, a una mejor comprensión de lo que significa educar.