Columna publicada el 12.05.19 en El Mercurio.

Con la ayuda de votos radicales y democratacristianos, el Gobierno logró que se aprobara la idea de legislar en materia previsional. Aunque se incluía un aumento en las pensiones más bajas, buena parte de la oposición rechazó la iniciativa, pues considera que deja intactos los fundamentos del sistema. Más allá de la discusión particular, este caso sirve para ilustrar la configuración actual de nuestra escena pública.

Una breve recapitulación puede ser útil para comprender mejor esa escena. El Gobierno actual fue elegido con una mayoría inédita en la historia de la derecha y, sin embargo, no obtuvo mayoría en el Congreso. La oposición, por su parte, no fue competitiva en la presidencial, pero tuvo buenos resultados en las parlamentarias. No obstante, no ha podido transformar esos buenos resultados en una acción política efectiva, fuera de la obstrucción. El motivo es simple y conocido: en la oposición conviven proyectos heterogéneos e incompatibles entre sí. Por lo mismo, no puede aglutinarse tras una candidatura presidencial, pero sí puede tener éxito en la parlamentaria (cuyas reglas tienden a favorecer la dispersión: problema mayúsculo del sistema).

Cabe añadir un dato a este cuadro: el Frente Amplio se funda en un cuestionamiento radical de nuestro sistema político, económico y social. Aunque ese cuestionamiento es legítimo, vuelve muy difícil el diálogo. En el caso que nos ocupa, ¿cómo discutir una mejora al sistema de pensiones con quienes creen que el sistema actual es intrínsecamente perverso? Esto empeora si recordamos que —a pesar de la vociferación— no hay ninguna alternativa viable sobre la mesa (un sistema de reparto no tiene ningún sustento con nuestra tasa de natalidad, como lo están comprobando dolorosamente muchos países europeos). Sobra decir que el FA tiene todo el derecho a poner sus tesis sobre la mesa, pero debemos ser conscientes de que esa lógica puede paralizar al sistema político.

Nos encontramos entonces con un primer escollo: hay un sector relevante que no está interesado en discutir en los términos del Gobierno ni en acercar posiciones, pues sus aspiraciones son de otra naturaleza. En otras palabras: parte de la oposición solo quiere generar las condiciones que permitan realizar, más adelante, una serie de modificaciones estructurales. Nada de esto sería tan grave si no fuera porque la centro-izquierda siente un extraño complejo de inferioridad respecto de esa posición. En efecto, los dirigentes del PS y del PPD llevan años embobados —no encuentro otra palabra— con la retórica y el lirismo de los movimientos sociales. Hay algo morboso en el espectáculo, pero el hecho es que no podemos dejar de mirarlo: hay una generación que decidió abdicar y renegar de sí misma, cediéndoles toda la iniciativa a los más jóvenes. Algún día, alguien tendrá que explicarnos por qué optaron por el suicidio político en lugar de asumir sus responsabilidades.

En este contexto, no debe sorprender que la DC quiera ocupar el amplio espacio que media entre la derecha y Giorgio Jackson. Es cierto que ese lugar aún no tiene articulación ni liderazgos claros, y también es cierto que no está de moda. Empero, la historia es pendular, y nadie lo ha comprendido mejor que Fuad Chahin: el tiempo juega a su favor. Después de todo, no debemos olvidar cuán rotundo fue el fracaso de la Nueva Mayoría, que arrastró a la DC en una aventura que nunca le acomodó. Aunque queda mucho camino por recorrer, y el Gobierno no la tendrá nada de fácil a la hora de negociar, es evidente que aquí hay una oportunidad que la Falange no puede sino explorar.

Como si esto fuera poco, el mismo FA se esfuerza al máximo por empujar a la DC en esta dirección. En efecto, cada vez que ese partido no actúa como ellos quisieran, los epítetos se dejan caer con una facilidad pasmosa. La actitud es un poco esquizofrénica: el FA ha elaborado todo su discurso a partir de una crítica despiadada a todo lo que representa la DC —centro, diálogo, moderación— y luego se sorprende cuando esta es fiel a esa descripción. Sin embargo, esa indignación se funda en un espejismo. Lo mejor que puede hacer la oposición es sincerar y desplegar toda su diversidad, y no silenciarla a la fuerza. ¿Qué proyecto común puede haber entre Matías Walker y Pamela Jiles; entre Carolina Goic y Claudia Mix? ¿No será más razonable aceptar que cada cual tiene su propia identidad? El modo de actuar del FA tiene algo de asfixiante, porque no sabe (ni quiere) procesar las diferencias. Eso se traduce en un tono mesiánico que no tolera ningún disenso: o estás conmigo, o estás contra mí.

Este fenómeno puede apreciarse claramente en la reacción del jefe de bancada de Revolución Democrática tras la votación de la reforma previsional: “Hay traición”, dijo Pablo Vidal con rostro adusto. Quien piensa (y actúa distinto) no es alguien equivocado, sino un traidor. Si se quiere, esa frase condensa toda la tragedia del FA: quieren ser grandes y quieren hacer política, pero solo saben hablar de moral.