Columna publicada en La Segunda, 05.12.2017

A estas alturas es indudable que la oposición juega de visita en el balotaje, cualquiera sea su desenlace. Y el problema no es nuevo. Pese a contar con condiciones inmejorables para fijar los ejes del debate político (un candidato que lideró sistemáticamente las encuestas, una coalición ordenada, un gobierno sin conducción ni popularidad, etc.), Chile Vamos nunca logró rayar la cancha de la discusión. Lo ocurrido a partir de la primera vuelta sólo confirma esta dificultad.

En principio es positivo convocar desde José Antonio Kast hasta viudos de la Concertación. Pero un proyecto político, aun cuando sea puramente electoral, necesita un mínimo de consistencia para cautivar a la ciudadanía. Por eso fue tan confuso el modo en que se sumó a Manuel José Ossandón. Sin duda, el aporte del senador puede ser valioso (después de todo, sus fortalezas guardan directa relación con las debilidades de Piñera); pero, ¿valía la pena asumir ahora el horizonte de la gratuidad universal? Porque eso, precisamente, se dio a entender. Y una cosa es que nadie pierda los beneficios ya obtenidos, y otra distinta aceptar la narrativa dibujada por los ideólogos del “otro modelo”. Estas señales erráticas entorpecen la articulación de un proyecto alternativo, con prioridades diferentes: los niños y los invisibles primeros en la fila, como bien sugería Felipe Kast. Desde luego, tal énfasis no impide ayudar a la clase media vulnerable —en rigor, lo exige—, pero de ahí a la gratuidad universal hay un salto lógico y económico. Además, en esa cancha ya sabemos quién juega a ganador.

Similar desorientación revela la insistencia de gran parte del piñerismo y del mismo Felipe Kast en hablarle una y otra vez al “centro liberal”, cuya cruzada del momento es el matrimonio entre parejas del mismo sexo. La estrategia es muy dudosa desde la óptica electoral (¿alguien notó que el partido de Velasco fue disuelto?, ¿para qué levantar temas que dividen las aguas internas?), pero aun más problemática en el plano de las ideas y los procesos de larga duración. Pensar nuestras instituciones en función de derechos individuales afirmados a priori no es hacerle frente a la nueva izquierda, sino hacerle el juego, asumir acríticamente sus premisas. Un proyecto alternativo supone reivindicar la vitalidad de la sociedad civil  y, en consecuencia, subrayar los propósitos —los bienes comunes— que dan sentido a las asociaciones que la conforman. De lo contrario es inviable, por dar sólo un ejemplo, promover la autonomía escolar y universitaria.

Nada de esto es trivial. Para ganar una elección quizás basten el trabajo territorial, la pereza de Guillier o la indefinición del Frente Amplio. Pero, ¿será posible gobernar sin antes ofrecer un diagnóstico propio sobre los desafíos y tensiones del Chile actual?

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