Columna publicada en El Líbero, 10.11.2015

El último libro de Alfredo Jocelyn-Holt –recientemente entrevistado por El Líbero-, La escuela tomada. Historia/Memoria 2009-2011, ha causado polémica. Ya sea por su tesis que define las movilizaciones de la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile como un preámbulo a los conflictos a nivel país, ya sea por sus comentarios sin piedad a Gabriel Boric, al abogado Enrique Barros, al ex rector Víctor Pérez o a varios de los cientos de personajes que deambulan por la obra, la punzante pluma del historiador no deja títere con cabeza. En rigor, y no exento de cierto maniqueísmo, solo se salvan las universidades de Oxford y Cambridge y un par de nombres adicionales, merecedores de una fidelidad que no admite matices.

Pero más allá del relato de la toma y de las pugnas de poder, la obra está cruzada por una visión de la universidad que, en la actual discusión, parece más un alegato escéptico —y a ratos soberbio—, antes que un intento por contribuir a encontrar una salida al incierto panorama que aquéllas viven. De hecho, una crítica frecuente a Jocelyn-Holt acusa una visión aristocrática de la educación superior: el historiador guarda la universidad solo a unos pocos que lo ameritan, siendo que hoy se considera un derecho muy extendido. Aunque dicha crítica tenga bastante de cierto, este ensayo ilumina rincones importantes que, en medio de los tecnicismos de nuestro debate educacional, concitan poca atención. De ahí que ayude a comprender algunos de los puntos flacos de nuestras universidades.

Un primer aspecto que sorprende es su definición de la universidad como un espacio esencialmente docente, no de investigación. A diferencia de los actuales criterios de medición estandarizada (estructurados precisamente en torno a la investigación), o de obras como La excepción universitaria (UDP, 2012), de Garrido, Herrera y Svensson; Alfredo Jocelyn-Holt sostiene que la labor más importante de la universidad está en la sala de clases. Su propia experiencia como alumno en Pío Nono, donde había una singular concentración de talento, pareciera haber sido definitoria para comprender la universidad como un espacio privilegiado de transmisión de conocimiento entre maestros y discípulos. Hoy, cuando la docencia universitaria apenas se valora en los índices y mediciones de calidad, vale la pena preguntarnos cuál es la importancia que le otorgamos a los buenos profesores: aquellos que, basándose en sus investigaciones, complementan dicha búsqueda del conocimiento con una transmisión atractiva y fecunda en el ejercicio docente.

Por otra parte, también es llamativa la visión que tiene este historiador acerca de las universidades con idearios robustos: aquellas que suscriben de antemano a una tradición académica. En un contexto nacional donde varias de las principales casas de estudio del país han sido fundadas o mantenidas por instituciones como la Iglesia católica o movimientos religiosos, resulta difícil comprender que la suscripción a una tradición intelectual vinculada al cristianismo suponga un “techo” a la investigación. Polémicas recientes en torno a personajes concretos (el caso de Costadoat en la UC) han suscitado preguntas pertinentes acerca de si la libertad intelectual obliga a buscar una neutralidad difícil de definir —y, de ahí en adelante, no suscribir a ninguna tradición intelectual—, permitiendo dentro de sus estructuras cierta heterodoxia, o si, por el contrario, la labor académica, dando cabida a un mayor o menor pluralismo interno, siempre se desarrolla en el contexto de una determinada tradición intelectual.

Como se puede observar, la obra de Jocelyn-Holt es interesante en varios niveles. Por de pronto, es insustituible para aquellos que quieran acceder a una visión crítica —escasa en la opinión dominante— de la política universitaria de los últimos años. En especial porque, tal como muestra el autor, la toma de la Facultad de Derecho, con sus nuevas estrategias y protagonistas, pareciera haber impactado rápidamente a nivel nacional. Asimismo, en medio de las diatribas acerca de todos los temas, hay una reflexión interesante de la actualidad de la labor intelectual, observada por un personaje que ve con preocupación cómo la sede académica de Bello, donde debiera gobernar el conocimiento, se ve invadida por lógicas de otro orden que no hacen sino amenazar las posibilidades de la razón.

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